miércoles, 31 de diciembre de 2014

Oche Califa: "La Feria es una vidriera para políticos, científicos y escritores"

(María Elena Polack - La Nación)

El flamante director de Cultura de la Fundación El Libro, cargo que estuvo vacante durante ocho meses, anticipa las líneas de una gestión con varios frentes abiertos
Anónimo, pero conocido. Podría ser el título de una comedia de verano, pero resume la sorpresa de la Fundación El Libro de haber elegido, por medio de una consultoría, a un integrante de esa ONG para dirigir el área Cultural e Institucional, que incluye el manejo de las dos ferias que se realizan anualmente. El periodista y escritor Oche Califa fue seleccionado, entre 2000 postulantes, como sucesor de Gabriela Adamo, que renunció apenas concluyó la 40a Feria del Libro. En solidaridad, se había ido también el presidente de la Fundación, Gustavo Canevaro, y ambos alejamientos generaron una convulsión interna. Si bien el mandato de Canevaro venció en septiembre, la asamblea de la entidad logró hace pocos días votar nuevo presidente. Eligió a Martín Gremmelspacher, vicepresidente de la entidad que ofició de titular durante estos siete meses de crisis, que incluyó el desdoblamiento de la Feria del Libro Infantil entre el Predio Dorrego, en la Capital, y Tecnópolis, en Buenos Aires. Y a Alejandro Vaccaro, ex secretario de la entidad y titular de la SADE, vicepresidente. La renovación completa de la comisión directiva quedó aplazada hasta febrero próximo.

- Trabajó ad honórem 14 años en la Fundación El Libro y se postuló como director Cultural e Institucional. ¿Hace cuánto tiempo quería ser director de la Feria del Libro?

- No se me había ocurrido, fue mi esposa la que me sugirió que me postulara. Durante 14 años integré la Comisión de Actividades Culturales de la Feria del Libro y en ese tiempo hicimos muchas cosas, como las mesas redondas, los cursos, los talleres, la Maratón de Lectura y las Jornadas Profesionales, que, aunque tal vez no sean visibles para el público, son muy importantes.

- ¿Cuánto tiempo piensa que puede durar su ciclo?

- Tengo que lograr que el ciclo personal sea válido para la Fundación. Diez años estaría bien. Soy un convencido, no sólo en esto, sino en el mundo de la cultura, de lo que significa la renovación generacional.

- ¿El cargo abarca también la dirección de la Feria del Libro Infantil?

- Sí, y sobre la totalidad de las actividades institucionales y culturales que la Fundación El Libro se encuentre haciendo o vaya a hacer, por ejemplo, otros eventos como la Semana del Libro, que suele hacerse en noviembre, organizada por la Cámara del Libro. Este año hicimos una campaña "Regale libros", que tuvo buenos resultados y con Gabriela Adamo se había comenzado algo que vamos a retomar ahora, que es tratar de establecer una red nacional de ferias del libro.

- La dirección de la Feria del Libro quedó vacante durante más de 8 meses. ¿Cuánto se resiente su organización?

- Ya nos había pasado. Tenemos algo muy bueno que es la planta fija muy veterana y muy calificada en la Fundación. Prácticamente a Gabriela en su primera feria le pasó lo mismo que a mí: llegó con pocos meses de tiempo. No se resiente, tenemos un consejo de 30 miembros muy participativo que van siempre a todas las reuniones, y tenemos el equipo permanente y siete comisiones de voluntarios afectados a hechos puntuales: actividades culturales de la feria, actividades educativas, jornadas profesionales. Si sumamos deberemos andar en unas 80 personas en actividad con mucha regularidad.

- ¿Habló con Gabriela Adamo?

- Me gustaría poder tener una charla con ella. Siempre interactuamos con ella en la limitada situación de que yo era miembro de las comisiones. Su gestión fue muy buena. Se fue con muchos elogios por parte de la Fundación y desde afuera. Con Gabriela comenzamos el diálogo de escritores latinoamericanos, una relación que se había debilitado con los autores de nuestra propia lengua. Tenemos éxitos que nos ponen orgullosos.

- ¿No fue muy largo el proceso de elección del director de la Feria?

- Fue largo porque hubo una abundancia de postulantes. Desconozco con quiénes competí, pero seguramente debe haber sido gente con mérito suficiente. Me sorprendió que hubiera tantos postulantes. En rigor, pareciera que no debiera haber tantos. Si uno mira la industria del libro y un poquito más allá de la periferia de las demás industrias culturales, uno creería que no hay tanto.

- Los episodios del último año en la Fundación El Libro, como el alejamiento de Adamo, la renuncia del presidente de la entidad en solidaridad y los intentos de mudar la Feria a Tecnópolis parecen marcar una relación especial con el Gobierno.

- Me parece que ha habido una extrema sensibilidad en esa cuestión. Lo mismo podría decirse del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Nos llevamos tan bien con Lombardi que por qué no decir lo contrario. De hecho, la ciudad de Buenos Aires pone recursos, actividades, nos facilita cosas. Pero pasaba con el gobierno anterior de la ciudad y con el gobierno anterior de la Nación. La Fundación no puede quejarse de las relaciones que ha tenido tampoco con las provincias porque todas vienen a participar.

- Hubo un momento en que parecía que la insistencia en mudar la Feria a Tecnópolis era un intento del Gobierno por tener un rédito político.

- Fue un ofrecimiento. En esos momentos yo estaba en una de las comisiones. Se conversaba y se veía como un ofrecimiento. Se desistió y no huno ningún problema con el gobierno nacional. Por el contrario, la relación sigue siendo buena. Todos los gobiernos intentan pararse del buen lado de la Fundación, lo cual es lógico. ¿Qué gobierno no lo haría?

- Por ser un año electoral, ¿la política estará en la Feria 2015?

- Seguramente. Nosotros vamos a organizar una mesa con los encuestadores. Los políticos seguramente van a llegar con sus libros editados. La Feria es una vidriera muy importante para un político, para un científico, para un escritor. La Feria es del libro, no sólo de la literatura, claro que el autor literario siempre es más visible. Las PASO estarán muy cerca y en el metabolismo de producción de las editoriales, la Feria es un momento importante. Hemos tenido otros momentos políticos con mucha presencia de políticos y de público. Es parte de la lógica de lo que la Feria tiene que reflejar.

- ¿Qué autores ya confirmaron su participación en la Feria?

- Vienen los escritores australianos Gail Jones y Nicholas Jose, los poetas chilenos Raúl Zurita y Alejandro Zambra, varios autores colombianos, Arturo Pérez-Reverte, John Banville, la socióloga y antropóloga francesa Michelle Petit y vendrán muchos escritores de México, que es la ciudad invitada de honor.

- ¿La próxima Feria Infantil tendrá dos sedes como este año?

- Será una feria aniversario porque cumple 25 años. Tenemos que darle un carácter especial, es factible que vayamos a un sector de La Rural. En Dorrego, aun siendo una gentileza de la Ciudad, nos queda chica. Ésa es la Feria Infantil del Libro de la ciudad de Buenos Aires, pero eso no obsta que hagamos otras sedes de manera simultánea. ¿Por qué no seguir con Tecnópolis?
Periodista y escritor

- Oche Califa.

Director de la feria del libro

Edad: 59 años

Periodista.- Actual director general de Depeapá Contenidos Editoriales, ha sido editor en LA NACION y se desempeñó como periodista en Clarín, en Humi, Billiken y otras publicaciones periodísticas infantiles

Escritor.- Ha publicado más de 25 obras entre cuentos para chicos, para adultos, guiones de televisión, historietas y documentales

[Retrato sentimental] Las chicas de Borges

(Jordi Soler - Milenio)

Trazado a partir del confesional libro que sobre él escribió su íntimo amigo Adolfo Bioy Casares, este recorrido por algunas de las siempre conflictivas relaciones de pareja del célebre escritor
Adolfo Bioy Casares decía que la vida sentimental de Borges era "una cadena de mujeres". Con esto no se refería a que el gran maestro argentino, que era su amigo más cercano, llevara una vida de sátiro sino al contrario, esa cadena era una sucesión, modesta, de mujeres que, o lo dejaban abandonado, o lo decepcionaban muy pronto, y con las que tenía escaso contacto físico, si alguno. En el libro Borges, que escribió Bioy a partir de las conversaciones cotidianas que tuvieron durante más de 50 años, puede leerse la dolorosa intimidad con sus dos mujeres anteriores a María Kodama, quien primero fue su alumna y terminó siendo su viuda.

En 1963, María Esther Vázquez, una periodista argentina de radio, era su objeto del deseo. Borges tenía ya 64 años y estaba perdidamente enamorado de esa mujer que entonces tenía novio y que, sin embargo, permitía los acercamientos temerosos del escritor, probablemente porque se trataba de un hombre famoso y también porque su novio, según se entiende por lo que cuenta Bioy, era un individuo nefasto. Cada vez que se enamoraba de una mujer Borges perdía la cabeza, se obsesionaba con ella, no pensaba en otra cosa y su conversación con Bioy, que era siempre inteligente y hasta deslumbrante, se convertía en el monólogo quejumbroso de un hombre que no sabía qué hacer para conquistar a una mujer.

"Vos sabés como me exalto", dice Borges a su amigo, para disculparse del delirante soliloquio que acaba de dedicarle a María Esther, y Bioy, calculando que si se le acercaba con ese delirio iba a ahuyentar a la mujer que pretendía conquistar, le dice que no se vuelva loco, "porque el amante enloquecido no atrae". Esto sucedía en noviembre de ese año y Borges, cuando no monologaba con Bioy o suspiraba en solitario por su amada, que entonces yacía en brazos de otro, trataba de buscar en sus lecturas elementos para aliviar su desazón. Un día encuentra una línea de Shakespeare que le cambia, durante unas horas, el humor brumoso que tenía: Sweet are the uses of adversity escribió Shakespeare, y al leerlo Borges pensó: "De algún modo debería aprovechar mi desventura".

Unos meses más tarde, en febrero de 1964, Borges ya tenía una especie de relación con María Esther, que alcanzaba para hacer un viaje a Mar del Plata, a Villa Silvina, con los Bioy (Adolfo, su mujer Silvina Ocampo y su hija Marta). Hay una foto de esos días de sol y playa en donde aparecen María Esther, guapa, desinhibida y muy sonriente, y Borges que está claramente fuera de su sitio, con una traje de baño y una camisa, y sobre todo un aire lunático que contrasta con el desenfado del grupo que los acompaña en la fotografía. En este punto hay que precisar que en aquella época el escritor ya estaba prácticamente ciego, y esto le hacía parecer, cuando menos en las fotografías, un hombre permanentemente distraído.

La convivencia, durante esos días, debe haber sido un poco violenta, si se toma en cuenta que Borges era un hombre más bien solitario, de sesenta y tantos años, que vivía con su madre, y que no estaba acostumbrado a la dinámica de la vida en pareja. Ya para esas alturas le había confesado a Bioy: "Siempre es cariñosa, pero piensa en voz alta, lo que es desesperante. Puede decir cosas muy incómodas con la mayor naturalidad. Después dice algo contradictorio o te besa; no creo que lo haga por lástima, o para corregir la mala impresión; meramente sigue el vaivén de sus incertidumbres". También le cuenta lo mucho que lo desconcierta la coquetería de María Esther, su ligereza que la lleva a darle la mano a cualquiera y, un rato después, a tratar a Borges como si fueran novios. Bioy le da un consejo que su amigo no aprovecha pero que, debido al deslumbrante sentido común que lo sostiene, anoto aquí para que lo aproveche quien quiera: "Si hay contradicción entre los actos y las palabras de una mujer, confía en los actos".

La tensión que vive con María Esther lleva a Borges a recordar y a preguntarse cómo pudo quererlas, a dos novias, o quizá solo amigas suyas, Estela Canto y Silvina Bullrich; "han de ser las dos personas más crapulosas del país", dice de ellas. Sin embargo, unos días más tarde, probablemente dejándose llevar por el ambiente distendido de Villa Silvina, Borges anuncia que se casa con María Esther. La distensión es tal que al día siguiente Bioy se encuentra con su amigo que, a los cuatro vientos, espera turno para vestirse en una carpa en la playa: "Borges, en el centro de la carpa, a la vista de toda la playa, con una camisa rabona (de las llamadas remeras) y sin pantalones ni calzoncillos, al aire el promontorio oscuro de testículos y pene. 'Estás en bolas', le digo, arreándolo detrás de la lona. 'Ah, caramba', comenta sin perder la ecuanimidad". 'Como no ve —comenta después Silvina— está como una careta". Cuatro días más tarde Borges y su prometida brindan con champán por la inminente boda, en casa de los Bioy, y unos días después, de manera inopinada, se anula el compromiso.

Tres años más tarde, en abril de 1967, Borges anuncia a su amigo que se casará con Elsa Astete, una antigua conocida del escritor que frecuentaba cuando todavía veía, varias décadas atrás. La madre de Borges, que era siempre un elemento muy activo en las relaciones de su hijo, le dice a Bioy: "Ya no es joven. Fue linda: ahora, ya la verás. Pero él no ve, para él sigue siendo la de antes". El 1 de agosto Borges le comunica a Bioy que se casa el próximo viernes, "pongo mi destino en manos de una desconocida". La pareja de recién casados se va siete meses a Estados Unidos en los que Borges da clases y dicta conferencias. Cuando regresan a Buenos Aires, los amigos del escritor comienzan a notar desavenencias en el matrimonio. Elsa vive muy pendiente del dinero que gana Borges y lo cela todo el tiempo, a tal grado que el escritor tiene que visitar a su madre y a sus amigos a escondidas. Un colega de Harvard cuenta a Bioy de una cena, una noche de invierno, en la que Elsa, disgustada por el poco caso que le hacían las autoridades de la universidad, se fue sola a la casa que les habían asignado. Cuando Borges llegó, más tarde, Elsa se negó a abrirle y el escritor, no sabiendo qué hacer porque nevaba mucho y estaba aterido de frío, fue a pedirle hospedaje a un profesor que vivía en el vecindario.

Elsa leía libros en voz alta para Borges y también escribía lo que él le dictaba, pero un día, de acuerdo con lo que le cuenta a Bioy, Elsa se revela y cuando el maestro le dicta una línea, ella protesta: "Eso no me gusta cómo suena. Ponelo así". Borges, al borde de la desesperación, trata de hacerle entender que él tiene más experiencia en esas cosas que ella y cuando vuelve a dictarle la línea su mujer dice: "No, no la escribo".

En otro viaje a Estados Unidos, a la Universidad de Austin, Elsa manifiesta que no entiende por qué su marido tiene que ser el centro de todas las atenciones, y en una cena muy importante se niega a bajar de su cuarto de hotel y exige que su esposo suba por ella; Borges abandona temporalmente la cena para cumplir el capricho de su mujer. Bioy cuenta y añade datos oscuros a su relato del matrimonio de Borges: "Elsa compraba zapatos, pantalones, sacos de segunda mano para su marido. 'Miren que lindos zapatos compré para Georgito. Me costaron un dólar'. '¿Un dólar? No puede ser'. 'Bueno, están un poco usados pero son regios', etcétera".

Vlady Kociancich, una amiga de Borges, trata de ayudarlo y una tarde en que Elsa había salido, intenta introducir la idea de que una de las alumnas del escritor sería mucho mejor partido para él que su conflictiva esposa. El nombre de la alumna es María Kodama y Borges se enfada mucho con Vlady por proponerle semejante idea.

A principios de 1970, Borges contempla la separación y habla con Bioy de conseguir un abogado para que lo divorcie. La situación matrimonial no ha hecho más que empeorar, el escritor le cuenta a su amigo que Elsa se niega a leerle El señor Digweed y el señor Lumb, una novela de Eden Phillpotts que tradujo la madre de Borges; los celos de Elsa llegan al extremo de odiar a su suegra por hacerse llamar "la señora de Borges", porque la única señora de Borges es ella. Cuando la separación resulta inminente, lo que más preocupa al escritor es rescatar sus libros de la casa matrimonial y durante días, con la ayuda de Bioy, practica el autorobo hormiga, y va sacando de dos en dos sus propios libros hasta que logra restituir su biblioteca en casa de su madre. A pesar de que la relación lleva tiempo sin funcionar, a Borges le preocupa quedarse sin su mujer, que también es su lectora y quién escribe casi todo lo que le dicta; le preocupa, sobre todo, terminar el libro de cuentos que estaba dictando en esa época. Un día se va solo a dar una conferencia a Junín y al final Bioy lo recoge y se lo lleva a su casa, y unos días más tarde regresa a vivir a casa de su madre.

Esto sucedió en 1970, y los años siguientes, según se entiende en el libro de Bioy, fue acercándose a María Kodama que, como solía pasar con las chicas que le gustaban al maestro, tenía novio. En 1977 Kodama lo acompaña a un viaje por Europa y de regreso le dice a Bioy: "Tenías razón: la distancia aleja de un modo parecido al del tiempo. Allá, en Europa, María casi no se acordaba de su novio".

Resulta sintomático que de todos los años que María Kodama convivió con Borges, Bioy escribe solo unas cuantas líneas, cuando de sus mujeres anteriores había escrito generosamente. En una entrada de febrero de 1984, Bioy anota una pista: "Borges ya no ve a nadie: no solamente a nosotros, tampoco a Noemí Ulla ni a Alifano. A la mañana recibe a periodistas et alii. Después almuerza y toma una siesta. Después llega María, trabajan y comen juntos, no le deja tiempo para ver a nadie. Fanny concluye: 'Qué es lo que realmente quiere: que no vea a nadie más que a ella'. Si esto fuera cierto, no sería tan raro: conozco varios amigos que pasaron por algo parecido. La propia Silvina, si pudiera, haría lo mismo conmigo".

martes, 30 de diciembre de 2014

'El aprendiz del Espectro. El séptimo hijo' (Joseph Delaney)

(Roca Editorial)

No abras la puerta a nadie. No dejes que la vela se apague. Cuando llegue la medianoche baja al sótano… el Espectro ha llegado

‘El aprendiz del Espectro. El séptimo hijo’
Joseph Delaney
Roca Editorial, 2014
288 páginas. 15,90 euros
Thomas Ward tiene trece años, es el séptimo hijo de un séptimo hijo y vive feliz en una granja junto a sus padres, su hermano y su cuñada embarazada. Todo cambia cuando, una tarde, viene a buscarlo un Espectro para llevárselo como aprendiz. Junto a él deberá enfrentarse a criaturas malignas: brujas, boggarts, espíritus y aparecidos. Thomas no quiere marcharse pero su madre, que tiene poderes ocultos, insiste en que esa es su obligación y su misión en el mundo. Así pues, no tiene más remedio que obedecer. Durante su aprendizaje, Thomas descubre los secretos del espectro, se somete a pruebas terroríficas (como pasar una noche solo en una casa encantada) y recibe valiosos consejos (nunca te fíes de las niñas con zapatos de punta). Todo marcha bien hasta que Alice, una chica del pueblo, se cruza en su camino. Es la sobrina de la bruja Lizzie la Huesuda y engatusa a Thomas para que libere de su prisión a Madre Malkin, una malvada hechicera. Desde ese instante, las cosas se ponen muy díficiles para el joven e incluso para su familia. El aprendiz del Espectro te llevará de la sonrisa al escalofrío sin que puedas dejar de leer. Solo una recomendación: procura no hacerlo después del atardecer... El aprendiz del Espectro es la primera entrega de las crónicas protagonizadas por Thomas Ward.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Xavi Ayén: "Los escritores del boom globalizaron la escritura latinoamericana"

(Ana Mónica Rodríguez - La Jornada)

El periodista reconstruye en un libro la atmósfera del movimiento
La reconstrucción de la época del boom latinoamericano y de la atmósfera del grupo de escritores que enarbolaron este movimiento literario, entre ellos Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, se describe en el libro Aquellos años del boom, del periodista Xavi Ayén (Barcelona, 1969).

El volumen, publicado por RBA, no sólo es una minuciosa investigación que realizó Ayén durante una década, también incluye, a manera de reportaje o crónica, entrevistas con algunos de los protagonistas, además de documentos y cartas inéditas que permitieron al autor español mostrar "su lado humano".

Así, Xavi Ayén coloca en alrededor de 900 páginas al boom en una tradición moderna sudamericana que incluye a autores que fueron piezas fundamentales de este movimiento literario, mismos que propiciaron un alud de ventas e hicieron posible la globalización de la literatura latinoamericana.

El boom, explica Ayén en entrevista con La Jornada, es un concepto elástico, “uno se da cuenta de eso cuando se realiza una investigación y se halla bibliografía donde se dice que son cinco, 10 o hasta 150 quienes conformaron este movimiento. También hay gente que ha utilizado ésta palabra como sinónimo de la literatura latinoamericana de aquella época, y otros estudiosos han sido más restrictivos.

"En mi caso tomé un concepto restrictivo porque creo que este fenómeno se tiene que referir a un grupo compacto de personas que eran amigos, muchos vecinos, porque vivían no sólo en el mismo país, sino en la misma ciudad y barrio, ya fuera México, Barcelona o París."

Este grupo, a la par, tenía proyectos conjuntos y fundaron revistas como Libre, en el sur de Francia, que promovieron Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez; se rencontraban cada año en La Habana; participaron en la euforia inicial de la Revolución Cubana, hicieron manifiestos y hasta planearon libros a cuatro manos que no se concretaron.

Incluso, los autores del boom "eran nómadas, unas máquinas de trabajo; no eran bohemios y dormían desde temprano, por lo menos en esa época".

A lo largo de las páginas no sólo se escuchan en primera persona las voces de García Márquez, Vargas Llosa, Jorge Edwards, Carlos Fuentes, Alfredo Bryce Echenique, Guillermo Cabrera Infante, Sergio Pitol o Álvaro Mutis, sino que también el autor ofrece elementos para comprender todas las claves definitorias de un fenómeno tan heterogéneo y de tal magnitud.

Además, Ayén presenta figuras innovadoras, como Carlos Barral y la agente literaria Carmen Balcells, quien "profesionalizó el trabajo de los escritores".

En el volumen se abordan temas serios y no sólo anécdotas, como “cuando Cuba consigue atraer cada año a todo el grupo a La Habana. Estados Unidos se da cuenta mucho tiempo después y concluye que tiene que hacer lo mismo. Entonces dedica una campaña con mucha inversión de dinero, con la CIA y la familia Rockefeller detrás, para que los autores del boom dejen de simpatizar con la isla y vayan a Estados Unidos”.

En su obra, Ayén describe el gran estallido de este fenómeno literario con Gabriel García Márquez. “El libro que dio impulso para la eclosión del boom fue sin duda Cien años de soledad; sin el escritor colombiano el movimiento literario en español más importante del último medio siglo no hubiera existido como lo conocemos.

“Cien años de soledad vendió tanto en tan poco tiempo que sólo se puede comparar en ventas con El Quijote (para un libro en español). Eso permite hablar del boom como explosión, porque esto arrastró a los demás autores.”

Por esta razón, agrega, "puse especial atención en poner cifras reales de ventas de esa época, para que se note que Cortázar, Vargas Llosa, Borges y Rulfo empezaron a vender mucho más a partir de la novela de García Márquez. Bueno, todos menos José Donoso, porque éste se mantuvo un poco en la periferia del movimiento por declararse apolítico y no disfrutar de un éxito masivo".

El boom como fenómeno masivo, subraya el periodista del diario La Vanguardia, “es a partir de Cien años de soledad y eso no se lo puede quitar nadie a Gabo”.

Dos cuartetistas

(Álvaro Guibert - El Cultural)
Cibrán Sierra, segundo violín del Cuarteto Quiroga, y Arnau Tomás, violonchelista del Casals, están estos días de actualidad. El uno ha presentado libro y el otro, disco. En los últimos años, Cibrán y Arnau han propiciado (con al menos un 25 por ciento de la responsabilidad) el nacimiento en España y florecimiento en el mundo de dos cuartetos de cuerda de primera fila internacional, lo que era novedad absoluta en nuestra historia. Ahora demuestran que en su personalidad -y en su talento- hay además otras facetas.

El libro de Cibrán Sierra se titula El cuarteto de cuerda. Laboratorio para una sociedad ilustrada, porque, para el autor, el cuarteto es el campo original de casi todas las batallas estéticas que llevamos libradas en los tres últimos siglos y medio y, además, constituye un modelo de convivencia de extraordinario interés. En poco más de 200 páginas, Sierra encuentra espacio para narrar la historia entera del género y para trazar una descripción apasionante del cuarteto como realidad musical y vital. El cuarteto, mucho más que cualquier otra formación instrumental o vocal, es una forma de vida. Una forma de vivir, desde luego, pero, en opinión de Sierra, también de entender la vida, porque a través del prisma del cuarteto -conversación entre cuatro “que son iguales porque son diferentes”- las relaciones humanas se ven de otra manera. Este libro forma parte de una magnífica andanada de tres con la que Alianza Música pone en marcha una nueva colección, Biblioteca Básica, bajo la dirección de Javier Alfaya. Los otros dos títulos son igualmente recomendables: Justo Romero, que conoce muy bien la materia, ha escrito El piano. 52 + 36 y Laia Falcón, que además de excelente soprano es una pensadora de mucha altura, es la autora de La ópera. Voz, emoción y personaje.

Arnau Tomàs, por su parte, ha decidido mostrarse como el gran violonchelista que es grabando las seis suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach para el sello Aglae (AMC 106.07). La música de estas suites es toda ella quintaesencia. Está lo que es y es lo que está y no hay nada más ni nada menos: una sucesión de notas y frases asombrosamente limpias con las que jugaba el Bach de Cothen, el más alto de todos, compositor libre, alejado de obligaciones litúrgicas, sin más preocupación ni ocupación que la pura música, protegido por un príncipe amigo y melómano. Como los extremos se tocan, estos pentagramas tan puramente sonoros -tanto que pasaron en su día por ejercicios técnicos intrascendentes- se pueden oír (y se pueden tocar) como contenedores de las más profundas emociones humanas. La visión que de todo esto ofrece Arnau Tomàs no puede ser más atractiva. Grabadas en un entorno acústico mullido (la iglesia de Sant Martí en Granera, en Barcelona), las suites de Arnau son exactamente eso, “de Arnau”. No he oído a ningún otro violonchelista esta forma de frasear y de ornamentar. En el terreno estilístico se sitúa también en un lugar muy personal que combina trazos historicistas, románticos e incluso modernos. Hay pocos compositores tan universales, en el espacio y en el tiempo, como Bach. Sobre todo el Bach de Cothen. La visión intemporal y profundamente personal de Arnau Tomàs suena muy adecuada.

El tacaño más rico de Estados Unidos

(George Packer - El País)

Debate publica El desmoronamiento, de George Packer, el 15 de enero. 528 páginas. 23,94 euros

En ‘El desmoronamiento’ elabora una crónica del declive del país como la de Sam Walton
Sam nació en 1918 en Kingfisher, Oklahoma, justo en el centro del país. Tras el golpe de la Gran Depresión, su padre, Thomas Walton, obtuvo un empleo en una agencia dedicada a expropiar fincas en Misuri en nombre de una compañía de seguros. A veces Sam viajaba con su padre y pudo comprobar cómo este se esforzaba por dejar un mínimo de dignidad intacta a los granjeros que no habían podido devolver sus préstamos y estaban a punto de perder sus tierras. Sin duda, fue entonces cuando Sam adquirió su cautelosa actitud hacia el dinero. Era un tipo tacaño, lisa y llanamente.

Así lo criaron. Ni siquiera después de convertirse en el hombre más rico de América (le disgustó enormemente que Forbes llamara la atención sobre él de ese modo en 1985) dejó de agacharse si encontraba una moneda de cinco centavos en la acera. Nunca le gustó el estilo de vida ostentoso. “Jamás le he dado mucha importancia al dinero —escribiría poco antes de morir—. La riqueza es tener para comer y un sitio bonito donde vivir; mucho espacio para mis perros, un lugar para cazar, un lugar para jugar al tenis y medios para darles a mis hijos una buena educación. Eso es la riqueza”.

Aprendió a hablar a la gente que se le acercaba por la calle antes de que ellos se dirigieran a él. Sam se dio cuenta desde muy joven de que se le daba bien vender cosas. Se sacó la secundaria y la carrera universitaria repartiendo periódicos y ganó un concurso vendiendo suscripciones puerta a puerta. Al finalizar la universidad empezó a trabajar en una tienda J. C. Penney en Des Moines, la capital de Iowa, por 75 dólares a la semana.

Ese fue su primer empleo como minorista, el cual conservó durante el tiempo necesario para descubrir que llamar a los empleados “asociados” hacía que se sintieran orgullosos de la empresa para la que trabajaban. Sam quería comprar una franquicia de los almacenes Federated en San Luis (Misuri), pero su esposa, Helen, hija de un rico abogado de Oklahoma, se negó a vivir en ciudades con más de 10.000 habitantes. Así fue como terminaron en Newport, Kansas (de 5.000), donde Sam compró una franquicia de la cadena de tiendas Ben Franklin con ayuda de su suegro. Justo en la acera de enfrente había otra tienda: Sam dedicaba horas a pasearse por delante y observar cómo hacía las cosas la competencia, lo cual se convirtió en un hábito de por vida.

Sam compraba braguitas de raso al proveedor de Ben Franklin a dos dólares y medio la docena y vendía paquetes de tres por un dólar. Más tarde encontró otro proveedor de Nueva York que vendía la docena a solo dos dólares. Lo que hizo Sam, sin embargo, fue vender cuatro braguitas por un dólar y aprovechar la oportunidad para poner en marcha una gran campaña publicitaria. Los beneficios por braguita cayeron un tercio, pero las ventas se triplicaron. Compra barato y vende barato, en grandes volúmenes y rápido: esas eran las claves de la nueva filosofía de Sam. En cinco años se multiplicaron por tres las ventas totales. Su tienda Ben Franklin era la que más vendía de su Estado y de todos los Estados vecinos. La gente era avara y jamás dejaba pasar una buena oferta. Así eran las cosas en los pequeños pueblos de mayoría absoluta blanca de Arkansas, Oklahoma y Misuri tras la guerra. Así son las cosas en realidad. Allí y en Pekín, entonces y ahora.

Así eran las cosas también en Bentonville (Arkansas), donde Sam y Helen se instalaron con sus cuatro hijos en 1950. Sam abrió una tienda a la que llamó Walton 5&10 en la plaza Mayor de Bentonville (de 3.000 habitantes). Le fue tan bien que abrió otras 15 tiendas junto con su hermano Bud a lo largo de la década siguiente. Operaban en sitios dejados de la mano de Dios que a los grandes almacenes como Kmart o Sears no les interesaban.

La gente gastaba poco, pero en esos lugares se vendía más de lo que creían los listos de Chicago y Nueva York que tenían el dinero. Sam localizaba las parcelas más interesantes desde su avioneta biplaza Aircoupe; volaba en rasante sobre los pueblos, escudriñaba las calles y estudiaba los planes urbanísticos hasta dar con la parcela apropiada.

Poseído por la fiebre de su sueño minorista, cuando iba de vacaciones solía dejar a su mujer e hijos solos para ir a visitar las tiendas de la comarca. Espiaba a la competencia y les birlaba a sus mejores profesionales ofreciéndoles invertir en sus franquicias. Ideaba maniobras para desorientar a la competencia con el fin de que pensaran que era incompetente, y les peleaba a sus proveedores hasta el último centavo.

El 2 de julio de 1962, Sam abrió su primer almacén de artículos de descuento en Rogers (Arkansas). Ese tipo de comercios, en los que se vendía de todo, desde ropa de marca hasta repuestos de automóvil, eran el futuro. Era tan tacaño que redujo el nombre todo lo que pudo para que tuviera las menos letras posibles: la nueva tienda se llamó Wal-Mart. Prometía “precios bajos todos los días”.

En 1969 funcionaban ya 32 tiendas en cuatro Estados. Al año siguiente, la empresa salió a Bolsa. A lo largo de los años setenta, Wal-Mart dobló las ventas cada dos años. En 1973 había 55 tiendas en cinco Estados. En 1976 eran 125. Wal-Mart se extendía como una onda expansiva arrasando con los pequeños colmados y droguerías, saturando las regiones conquistadas para que nadie pudiese entrar a competir. Todos los nuevos Wal-Mart eran exactamente iguales y todos se situaban a no más de un día de carretera desde la sede de Arkansas, donde se encontraba el centro de distribución.

En 1980 había ya 276 Wal-Mart y las ventas excedían los 1.000 millones de dólares. Durante esa década, la cadena creció exponencialmente, extendiéndose por todo el país. Hillary Clinton fue la primera mujer en formar parte del consejo de administración de la cadena. Su marido, entonces gobernador de Arkansas, y otros políticos acudieron a Bentonville para rendir tributo. A mediados de la década de 1980, Sam se convirtió oficialmente en el hombre más rico de Estados Unidos, con una fortuna de 2.800 millones de dólares. Era más tacaño que nunca: seguía cortándose el pelo por cinco dólares en una barbería del centro del pueblo y jamás dejaba propina.

Sam visitaba cientos de tiendas al año. Siempre aparecía con su nombre de pila escrito en un portatarjetas de plástico prendido en el pecho, como los dependientes. Los trabajadores por horas se sentían mejor atendidos por ese hombre tan amistoso que por sus propios gerentes. Desde su espartano despacho de Bentonville, el presidente escribía una carta mensual que llegaba a las decenas de miles de empleados, dándoles las gracias. En 1982 le diagnosticaron leucemia, pero él les aseguró: “Seguiré yendo a veros, quizá menos a menudo”.

En Luisiana, un pueblo trató de impedir la llegada de Wal-Mart por temor a que la calle mayor quedase desierta de comercios. De aquello no se enteró nadie. Cuando saltó la noticia de que los trabajadores de Wal-Mart estaban pésimamente pagados, que tenían trabajos a tiempo parcial sin prestaciones sociales y que a menudo dependían de subsidios públicos, el señor Sam respondió que estaba elevando el nivel de vida de la gente a base de bajar el coste de la vida. Si los camioneros y las cajeras trataban de afiliarse a un sindicato, Wal-Mart los aplastaba sin piedad.

Cuando las fábricas y sus empleos huyeron de Estados Unidos a ultramar, el señor Sam lanzó la campaña “Buy American”, que le granjeó el elogio de políticos de todo el país. En las tiendas Wal-Mart, sin embargo, etiquetaban como “Fabricado en EE UU” prendas de ropa en realidad importadas de Bangladesh. Los consumidores no se pararon a pensar que Wal-Mart, al exigir precios salvajemente bajos, obligaba a los fabricantes estadounidenses o bien a cerrar, o bien a emigrar a la otra punta del planeta.

A principios de 1992, el señor Sam perdió gran parte de su energía. En marzo, el presidente George Bush y su mujer acudieron a Bentonville; el señor Sam se levantó tambaleándose de su silla de ruedas para recibir la Medalla Presidencial de la Libertad. En sus últimos días nada le alegraba más que una visita en el hospital de algún gerente local para darle cifras de ventas. En abril, poco después de cumplir 74 años, el señor Sam murió.

Y no fue sino después de su muerte cuando el país comenzó a entender lo que la cadena había conseguido. Con los años, el propio país se había ido pareciendo cada vez más a Wal-Mart. Se había abaratado: precios más bajos, sueldos más bajos. Menos puestos de trabajo sindicalizados en las fábricas y más empleos a media jornada en atención al cliente. Los pequeños pueblos en los que el señor Walton había visto la oportunidad de negocio se habían empobrecido, lo que implicaba que los consumidores dependían cada día más de los “precios siempre bajos” y tenían que comprarlo absolutamente todo en Wal-Mart, e incluso quizá se vieran obligados a trabajar allí y solo allí. El empobrecimiento del Medio Oeste fue beneficioso para los objetivos de la empresa. Y en las partes del país donde la riqueza crecía (en las costas y en algunas grandes ciudades), muchos consumidores contemplaban horrorizados los pasillos de Wal-Mart, repletos de artículos fabricados en China, de malísima calidad.

Por su lado, los grandes almacenes como Macy’s, bastiones de la antigua economía de clase media, se apagaban y Estados Unidos empezaba a parecerse, una vez más, al país en el que había crecido el señor Sam.

sábado, 27 de diciembre de 2014

'Urbrands' (Risto Mejide)

(Victoria Vernon - Trabalibros)

"Eres lo que haces. Eres lo que dices que haces. Pero también eres lo que recuerdan de ti. Y sobre todo, eres lo que esa gente siente cuando lo recuerda"

"Urbrands" de Risto Mejide fue la obra ganadora del Premio Espasa de Ensayo 2014
‘Urbrands’
Risto Mejide
Espasa, 2014
256 páginas. 19,90 euros
Lo creas o no, todo está sujeto a las leyes del marketing. Y cuando digo todo, es todo. No me refiero solamente a los productos que estás haciendo tuyos cada vez que sacas la billetera, ni a los programas de televisión que escoges ver en lugar de los que están emitiendo al mismo tiempo en el resto de canales.

Si piensas en el concepto de marca y lo trasladas a cualquier otro ámbito, lo entenderás mejor. Pero antes, conviene establecer qué es una marca. De entre las muchas definiciones que existen, tal vez la más reveladora sea la siguiente: "una marca es una respuesta emocional ante una imagen, ante el nombre de una empresa o ante una persona". Esa respuesta emocional, ese sentimiento que surge de forma automática, es lo que la mayor parte de las veces nos condiciona de forma casi inconsciente a aceptar unas cosas y a rechazar otras, a tener una opinión favorable sobre algo o a oponernos a ello, a escoger o a pasar de largo, a afirmar o a negar. Es lo que acaba decidiendo qué posición toma algo o alguien en nuestro ranking particular de gustos y prioridades. A estas alturas, ya te habrás dado cuenta del poder que supondría poder influir sobre esta variable, lo que en publicidad equivaldría a construir y consolidar una marca. Y URBRANDS es una herramienta de análisis que pretende ser inspiradora para que puedas construir desde los cimientos, rehabilitar o ampliar tu propia marca, ya sea personal o industrial.

Piensa por un segundo qué te sugieren ciudades como Londres, París o Nueva York. ¿Ya lo has hecho? Estoy segura de que inmediatamente tu cabeza ha hecho una serie de asociaciones de ideas y sensaciones sobre cada una de ellas. Y, si hicieras la prueba en tu círculo más cercano, podrías comprobar que la mayoría de la gente ha pensado lo mismo que tú. Aunque cada una de ellas despierta ideas distintas, las tres tienen algo en común: es innegable que se trata de tres de las ciudades más importantes del mundo, todas ellas son metrópolis cuya población se ha desarrollado especialmente, mucho más que en otras ciudades menos populares. Pero también hay algo más: su nombre se ha convertido en un icono, son símbolos de nuestra civilización. Han sabido crear y gestionar su marca.

"Eres lo que haces. Eres lo que dices que haces. Pero también eres lo que recuerdan de ti. Y sobre todo, eres lo que esa gente siente cuando lo recuerda". No parece un asunto que deba ser tomado a la ligera, ¿verdad? Supón por un momento que pudieras actuar sobre la imagen que tienen los demás sobre tu empresa, sobre tu proyecto o sobre ti mismo. Imagina que pudieras construir tu marca personal como quien construye una ciudad. Necesitarías establecerte en una localización determinada, aprender a orientarte, conocer la superficie de tu territorio y sus fronteras, atraer a una población hacia tu urbe, proporcionar a tus ciudadanos un lugar confortable y seguro en el que se sientan a gusto, expandir tus dominios cuando sea necesario y muchas cosas más. Lo cierto es que se puede hacer, pero hay que saber cómo enfocar el objetivo y hacia dónde dirigir la mirada para poder hacerlo.

Y esto es precisamente lo que trata de enseñarnos en URBRANDS un tal Risto Mejide. ¿Te suena de algo este nombre? Eso será porque se ha esforzado mucho en crear, mantener y hacer crecer a su querida Ristópolis y lo ha hecho muy bien. Y, aunque su Ristópolis es una urbe muy popular y concurrida, él no cesa en su empeño de consolidarla y abrir para ella nuevos horizontes. Incluso trata de sorprender. Porque URBRANDS, lejos de ser solamente un manual inspirador ilustrado con datos, descubre una faceta de Risto poco conocida que ya pudimos ver en "Que la muerte te acompañe", la primera de sus novelas: la de narrador. Cada una de las historias que sirven de introducción a los capítulos, dedicadas todas ellas a mujeres que por un motivo u otro marcaron su vida -mujeres que son nombradas con el evocador seudónimo de una ciudad- ha sido un bocado ácido, tierno y explosivo que he disfrutado. ¿Será este un nuevo territorio que está tratando de conquistar?

La Cuba que ya cuenta el cambio

(Amelia Castilla - El País)

La literatura va por delante de la política en la isla. Muchos escritores exponen sin miedo su visión crítica del país y retratan el desencanto de su generación
Cuba todavía sigue siendo un país con dos monedas, como la nueva generación literaria, separada en dos territorios físicos. Los nietos de la revolución fueron educados como pioneros en el marxismo-leninismo, en el seno de familias que apoyaron a Fidel Castro, pero esa primera generación anticapitalista se cansó de escuchar discursos utópicos que poco aportaban sobre la vida cotidiana. Unos se fugaron de esta isla del Caribe, hartos de persecuciones en busca del porvenir, pero otros decidieron quedarse y esquivar la censura desde el corazón de La Habana, en el marco de lo que algunos teóricos califican como poscomunismo dentro del comunismo. El Granma, órgano oficial del Partido Comunista, se vocea por las calles, pero la decadencia del régimen admite variables diversas: escritores que publican fuera de Cuba y son silenciados dentro, narradores cuyos libros se editan en ambos territorios y una larga lista de apátridas que escriben en la distancia. En ambos casos, Cuba protagoniza muchos de sus relatos pero no se leen como retratos amables del régimen. Como sus antepasados, todos parecen tocados por esa enfermedad llamada insularidad, esa maldita circunstancia del agua por todas partes, y un fuerte sentido de la pertenencia. Algo que Leonardo Padura resume sencillamente: "El problema de los cubanos es que ni huyendo de Cuba salimos de la isla".

La literatura ya ha contado los grandes cambios que se avecinan tras el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Los escritores jóvenes ya no tienen la visión de sus padres. A finales del siglo XX una literatura de indagación social y crítica comenzó a narrar el desencanto y la visión de la gente, basada también en el conocimiento de la vida al otro lado del Malecón, el paseo habanero que separa la tierra del mar y cuya esencia es ser frontera orgánica y espiritual del país. Mario Conde, el detective de ficción creado por Leonardo Padura que radiografía moralmente la vida en la isla del Caribe, lleva tiempo recorriendo el mundo y su novela El hombre que amaba a los perros, un relato pormenorizado del asesinato de Trotski, se ha convertido en un éxito. Fue publicada por Tusquets en España.

Como algunos de sus colegas, Leonardo Padura (La Habana, 1955), uno de los narradores que mejor representan los nuevos tiempos de la dictadura comunista y la coyuntura actual, viaja por el mundo cuando lo desea. Durante medio siglo los cubanos no pudieron moverse de su país con libertad. La frontera estaba cerrada por ley y tan difícil era salir como volver, pero la política de cambio emprendida por Raúl Castro en enero de 2013 posibilitó las entradas y las salidas, aunque todavía quedan exiliados que algunos califican como de alta intensidad que no consiguen superar las trabas burocráticas (más bien políticas) para moverse por el país. No es el caso de Ronaldo Menéndez (La Habana, 1970), que pertenece a la categoría de exiliado de baja intensidad. Vive en Madrid y abandonó su país hace dos décadas, pero no posee estatus de opositor y sus libros son críticos aunque no atacan personalmente a los hermanos Castro. "Entro y salgo con facilidad, lo que provoca resquemores con cierto sector intelectual del exilio de Estados Unidos. Personalmente me interesa mucho la política, pero no busco el enfrentamiento radical. Hace un año que falleció mi padre y pude despedirme de él, algo que no pueden hacer todos los que lo deseen". Este año ha publicado Rojo aceituna en España y es autor de una decena de libros, uno de los cuales, Amores desalmados, se publicó en Cuba en 2011. Rojo aceituna, un recorrido por los países comunistas desde Latinoamérica a Asia para ver lo que queda del rojo anunciado, se lee como un ácido libro de viajes.

Padura no vive bajo la amenaza de la censura. Dispone de nacionalidad española pero sigue viviendo en Cuba porque quiere permanecer cerca de sus "nostalgias y amores". Se define como "un escritor cubano que escribe sobre Cuba. La pertenencia me ató a mi país, al Malecón y a mi barrio. Un escritor es su cultura y su lengua", aseguraba Padura en una de sus visitas a Madrid.

En Cuba la moda no existe aunque en la marea callejera se impone el leggins de tonos fluorescentes. En el célebre mercado de libros de segunda mano, en la turística plaza de Armas, los iconos no se han renovado en los últimos setenta años pero algo ha cambiado. Los músicos callejeros recrean las canciones de Silvio Rodríguez y las fotos de Korda sobre el Che Guevara comparten estantes de madera con algunos libros de Lezama Lima, títulos de Hemingway que recuerdan su paso por la isla junto con álbumes de la Revolución para niños que ya deben ser padres. De la nueva fotografía cubana no hay ni un rastro. Entre los libreros de los puestos de segunda mano, la obra de Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez recibe piropos. "Son los únicos escritores que hablan de la realidad del país", dice uno de ellos. Algunos de sus títulos se venden allí mismo. En cambio, si se les pregunta por alguno de los prohibidos o silenciados pasan en segundos de la cara de póquer a la inmediata reacción comercial. "Bueno, ahora no tengo aquí ese libro de Wendy Guerra pero si lo desea se lo puedo conseguir…". Los cubanos cuentan que eso mismo pasaba hace años con Antes que anochezca, la memorable biografía de Reinaldo Arenas que solo se pudo leer fuera del circuito oficial.

En la calle del Obispo, con flamantes librerías, algunas de varios pisos, atendidas por un buen número de funcionarios, tampoco se localizan las últimas novedades. Bolaño o Volpi no existen. En las librerías no hay opciones bajo cuerda, pero en estantes móviles se pueden conseguir revistas culturales históricas como La Gaceta de Cuba o El Caimán Barbudo, entre otras. El escritor Reynaldo González, periodista y uno de los más prestigiosos ensayistas cubanos, perseguido durante casi una década por el régimen por ser homosexual, ve claros signos aperturistas. En su opinión, la mermada industria editorial local no permite muchos dispendios, pero funcionan distintas casas editoriales donde publican lo mismo escritores jóvenes que consagrados como Ana Lydia Vega, Jorge Enrique Lage —su obra Carbono 14. Una novela de culto, publicada en 2010, hace honor a su nombre— y Mirta Yáñez, entre otros. También se editan libros que llevaban años guardados, como Hablando de fantasmas y mucho más, de Esther Llanillo, de 86 años, jubilada tras treinta años como bibliotecaria en la Universidad de La Habana. La narrativa fantástica se codea ya con la histórica, géneros casi marginados en el reino del realismo socialista. "El triunfo de la revolución tuvo tal consenso que arrasó todo. ¡Ojalá se hubiera producido un enfrentamiento ideológico! En los setenta la izquierda estalinista impuso su criterio y los que no estaban de acuerdo tuvieron que abandonar la plaza camino del exilio. Ahora nadie catequiza sobre cómo debe ser el arte, todo eso forma parte de la historia oficial que se convirtió en fracaso. Tampoco al otro lado, la voz del exilio es la misma, muchos tienen hijos que ya ni siquiera hablan español", cuenta Reynaldo González en su residencia habanera, en el barrio del Vedado, una mansión destartalada con un jardín tropical a la entrada que cuida personalmente.

Wendy Guerra (La Habana, 1970) vive en el barrio de Miramar, una de las antaño zonas residenciales de la ciudad. Su casa ocupa la última planta de un edificio de tres pisos de aspecto destartalado al que se accede tras franquear una verja de seguridad. El interior, decorado en estilo minimalista con sofá blanco y mecedora de Charles Eames, resulta totalmente acogedor y extraño en una ciudad donde los edificios parecen a punto de derrumbarse y el asfalto como si no se hubiera tocado desde que Fidel entró en La Habana en 1959. Todo en la cocina es órganico, y el zumo que ofrece al visitante, natural. Se hizo tremendamente popular gracias a la televisión, donde presentaba programas, pero hace años que fue silenciada por el régimen. La gente acostumbrada a verla en pantalla le pregunta por la calle si se ha marchado a vivir fuera de Cuba, a lo que ella responde que vive en el inxilio. Triunfa fuera pero sus novelas no se publican en la isla. Sin embargo, ella decidió permanecer en una sociedad desgastada y dividida: "Es bueno quedarse con lo malo de lo bueno. Aquí llevo una vida esforzada pero legítima. Soy coherente con las herramientas que todo el mundo usa; uso las bibliotecas y voy a los hoteles para entrar en Internet. No podría vivir aquí como un extranjero. No soy una activista política, sino una escritora", cuenta a velocidad de vértigo.

Cuando sale de la isla y se reencuentra con sus compatriotas siente una enorme alegría. "Son mis hermanos", aclara. "No entiendo que desde el exilio se nos siga atacando. Los intelectuales están llenos de prejuicios, pero ya es hora de declarar el alto el fuego. No podemos seguir repitiendo las historias de nuestros padres".

Graduada en Dirección de Cine en el Instituto Superior de Arte y alumna de García Márquez en su taller de guiones, como escritora se mueve en el territorio de los diarios, y su novela Todos se van, un relato autobiográfico de cómo vivió la diáspora de todos sus amigos y conocidos una hija de la Revolución, se lee como una de las críticas más devastadoras del comunismo, escrita desde la visión de una niña.

Como escritora siente que desarrolla una carrera personal que no pudieron hacer los padres de su generación porque ellos nunca pensaron en tener algo suyo en primera persona del singular. "De niños no pudimos elegir, fuimos educados en el marxismo con la idea de que nada de lo que teníamos era nuestro, todo pertenecía al Estado y yo me rebelé contra eso". Los días en Cuba se parecen mucho, pero, en ese adagio de lo mismo, Guerra saca los temas que pueblan sus libros. Ahora vive dedicada a recibir a los amigos que se fueron y que regresan a la isla a despedirse de sus padres enfermos o directamente a enterrarlos. Y no hablamos de una figura literaria. "Está desapareciendo una generación, viejos comunistas que apoyaron a Castro y gente que, en algunos casos, se enfrentó con sus hijos cuando decidieron marcharse". Quizás escriba sobre ese enorme drama en alguno de sus diarios. "Hay muchos infiernos; el socialismo nos ha hecho muy insolidarios".

A caballo entre dos generaciones y entre dos países emerge la figura de Pedro Juan Gutiérrez. Consiguió un filón contando con desgarro su vida erótica, pero sufrió la censura y los insultos. "Cuando se publicó en octubre de 1998 Trilogía sucia de La Habana en mi país, me echaron a la calle de la revista donde trabajaba y se corrió un muro de silencio a mi alrededor. Yo saqué fuerzas y me dije a mí mismo: pues, en primer lugar, no me voy a ir a Miami ni a ningún lado, aquí me quedo porque este es mi país y voy a aguantar el chaparrón". Desde que empezó a redactarla su objetivo fue hacer literatura pero nada de entretenimiento. "Quería escribir sobre mi vida y sobre la gente que me rodea en Centro Habana. Era una etapa de mucha hambre, miseria, degradación. Yo trabajaba como periodista en una revista oficial y, claro, no podía escribir nada fuerte. No me dejaban. Creo que todos esos libros (cinco títulos) del Ciclo de Centro Habana son una especie de venganza. Cuando escribí el primer cuento de la trilogía me dije: 'Ahora yo soy responsable de todo'. Y escribí a full. Sin importarme lo que pasaría después", cuenta vía correo electrónico desde Canarias, donde vive parte del año. La trilogía se ha publicado en una veintena de idiomas.

No soporta que lo etiqueten como el Bukowski cubano. "Mis personajes son mucho más vitales, variados, decididos, alegres y sexuales que los borrachitos retorcidos, grises, repetitivos y aburridos de Bukowski. Mis personajes tienen la vitalidad del trópico, la testosterona (y los óvulos efervescentes) y la gracia del Caribe. Son mis vecinos, la gente que me rodea. La gente que te vas a encontrar si paseas un poquito por Centro Habana ahora mismo y los que te seguirás encontrando dentro de 20 o 30 años". Ha terminado una novela titulada Fabián y el caos que se desarrolla en Matanzas en los años sesenta y setenta del siglo pasado, con un Pedro Juan adolescente y joven y uno de sus amigos de esa época.

Se muestra cauto con los cambios anunciados. "Estoy de acuerdo en que sean lentos, graduales, bien pensados y sobre todo que los mediten bien para que puedan seguir adelante, abriendo la sociedad a la modernidad. Fueron muchas décadas de mucha cerrazón, de muchas prohibiciones, y eso genera un caldo de cultivo nefasto, sobre todo entre los jóvenes". A su juicio, lo principal en este momento sería "activar la economía y los derechos individuales y el acceso a la modernidad en todos los sentidos. No podemos seguir viviendo en un coto cerrado. No tiene sentido y es anacrónico”.

- 10 libros para entender la Cuba de hoy.

Narrativa.-

Trilogía sucia de La Habana. Pedro Juan Gutiérrez. Anagrama, 1988.

Todos se van. Wendy Guerra. Bruguera, 2006 (reeditado este año por Anagrama).

La fiesta vigilada. Antonio José Ponte. Anagrama, 2007.

Carbono 14. Una novela de culto. Jorge Enrique Lage. Ediciones Altazor, 2010.

Hablando de fantasmas y mucho más. Esther Díaz Llanillo, Editorial Letras Cubanas, 2011.

Ensayo.-

El mapa de sal. Un postcomunista en el paisaje global. Iván de la Nuez. Mondadori, 2001 (reeditado por Periférica en 2010).

Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Rafael Rojas. Anagrama, 2006.

Fantasía roja. Los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana. Iván de la Nuez. Debate, 2006.

Rojo aceituna. Un viaje a la sombra del comunismo. Ronaldo Menéndez. Páginas de Espuma, 2014.

El viaje más largo. En busca de la cubanía extraviada. Leonardo Padura. Nuevos Emprendimientos Editoriales, 2014.

Cuba reedita obras de Alejo Carpentier

(Prensa Latina - teleSUR)

El libro Guerra del tiempo compila los relatos “Viaje a la semilla”, “Semejante a la noche”, “El camino de Santiago” y la novela corta El acoso
El escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) será recordado en Cuba el próximo 27 de diciembre con la presentación del libro Guerra del tiempo para celebrar los 110 años de su natalicio, según reseña Prensa Latina.

Guerra del tiempo es un volumen que contiene los relatos “Viaje a la semilla”, “Semejante a la noche”, “El camino de Santiago” y la novela corta El acoso (1958).

La presidenta de la Fundación Alejo Carpentier, la ensayista Graziella Pogolotti, dijo que este libro es una reedición de Letras Cubanas y forma parte de los tributos que se realizan al reconocido novelista.

El viaje a los orígenes, la vida y la relación del hombre con la historia son los temas expuestos en los tres relatos compilados en esta edición.

Por su parte, El acoso expone dos temas que apasionaron a Carpentier, la música y La Habana.

El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953) y El siglo de las luces (1962) forman parte de la obra literaria de Carpentier, considerado un innovador de la literatura latinoamericana. En 1977 recibió el Premio Cervantes (España).

Tolkien se salvó de morir en la I Guerra Mundial por la fiebre de las trincheras

(Javier Noriega - ABC)

Salen a la luz documentos del Ejército británico que consignan la baja forzosa del escritor por enfermedad en vísperas de un bombardeo que aniquiló a su batallón
J. R. R. Tolkien, el gran autor fantástico de «El Hobbit» y «El Señor de los anillos», lo dijo claramente: «Mi obra está escrita con la sangre de mi vida, sea en líneas gruesas o delgadas. Y no puedo hacer otra cosa». Esa confesión incluye, convertida en un elemento central de la épica que rodea sus libros, la experiencia vivida en la I Guerra Mundial (IGM). Pero hay una pizca de suerte que se añade a todo ello, porque ahora se ha sabido que el escritor fue salvado, literalmente, por la fiebre.

Acaba de aparecer en Gran Bretaña un documento de la 11ª Estación de Gestión de Bajas -parte de los primeros 50.000 archivos transcritos de un total de 1,5 millones- que demuestra que J. R. R. Tolkien fue desmovilizado del frente del Somme en octubre de 1916. Su batallón, el Undécimo de Fusileros de Lancashire, había sufrido 38 muertos, 63 desaparecidos y 166 heridos en solo dos días. Todos los heridos fueron bajas forzosas, según los archivos. El destino tiraba los dados a su favor y en contra de sus compañeros.

- Compañeros aniquilados.

Aquejado de la «fiebre de las trincheras», que se contagiaba por parásitos, fue trasladado por la 75ª compañía de ambulancias a la citada 11ª Estación, donde fue tratado dos días, antes de ser extraído en el 22º Tren Ambulancia, antes de ser devuelto a Inglaterra. Entonces, mientras convalecía, el destino castigó a sus compañeros de armas con una tirada de dados mortal: el cuartel general de la compañía D de su batallón fue destruido por morteros alemanes, con enormes bajas. Por si fuera poco, a ese ataque le siguió un bombardeo masivo que aniquiló al resto de su batallón casi por completo. Así que la fiebre -que cursaba con pirexia, cefaleas, erupciones, inflamación ocular y fuertes dolores musculares- pudo también salvar su vida. Una curiosidad es que su gran amigo C. S. Lewis, autor de «Las crónicas de Narnia», también la tuvo.

¿Cómo llegó Tolkien al frente? Como sus amigos de Oxford, el estallido de la conflagración les hizo pensar que su deber era alistarse. Y así lo hicieron todos. Con el 11º batallón de fusileros de Lancashire, llegó a las playas de Francia después de un breve entrenamiento en los campamentos de Straffordshire, en los que, como uno de los 50 oficiales, ejecutaba mil y una ordenanzas, mientras reflexionaba: «Esto de la guerra multiplica la estupidez humana».

Una vez en Francia, como oficial de señales cuyo equipo, bastante caro, se perdió durante el viaje, sintió la opresión de la guerra: «Tengo ahora 21 años y no puedo dejar de dudar si cumpliré 22», le escribía su amigo, también alistado, Rob Gilson, en 1915, cuando el frente occidental estaba estancado y ni el gas venenoso de Yprés ni la masacre de Verdún habían alterado las líneas. Se había casado in extremis con su querida Edith Bratt. Aquellos hombres, como él, lanzados para alimentar la maquinaria bélica, no tenían expectativas de sobrevivir: «Los oficiales subalternos eran exterminados, doce por minuto -recordaría más tarde-. Dejar atrás a mi esposa entonces, fue como morir».

- Algo murió en Tolkien.

En cierto modo, algo murió en Tolkien entonces, como moriría algo de Frodo Bolsón, su personaje, cuando abandonó la Comarca, su patria querida, para partir, sin saberlo, hacia Mordor. En el verano de 1914, precisamente, había escrito un poema, titulado «El viaje de Eärendel, la estrella de la tarde», que sus estudiosos toman como el verdadero origen de su mitología personal. Tiempo después recordará: «Fue cuando la guerra de 1914 estalló sobre mí cuando descubrí que las leyendas dependen del lenguaje que las crea, y que un lenguaje vivo depende de las leyendas que conforman su tradición».

A pesar de todo, la vida en las trincheras era incompatible con la creación literaria. «Podías garabatear algo en el dorso de un sobre y metértelo en el bolsillo trasero, pero eso es todo. No podías escribir agazapado entre moscas e inmundicia», recordará. Porque es momento de atizar los fuegos del destino, con marchas interminables por los campos polvorientos del verano y embarrados o congelados en invierno. No era un oficial que se desplazara a caballo. Como sus hijos le oyeron tantas veces relatar, en ocasiones ayudaba a los soldados a cargar con el equipo, para animarlos.

La convivencia con los soldados, humildes guerreros que poco antes eran mineros, tejedores, menesterosos alistados, a veces con sus zuecos de molinero en el petate, también tendrá su latido en las páginas escritas años después: «Mi Sam Gamgee es en realidad un reflejo del soldado inglés, de los asistentes y soldados rasos que conocí en la Guerra, y que me parecieron tan superiores a mí mismo».

- Cosecha sangrienta.

Junto a ellos vivió el horror de las trincheras, el silbido de los proyectiles de artillería zumbando aquí y allí. Los cuerpos desfigurados de soldados anónimos, como él, amontonados en el barro que tragaba cualquier esperanza. La acción de las ametralladoras que su gran amigo Gilson -del círculo íntimo de literatos y soñadores Oxonienses de la Tea Club Barrow Society (TCBS)- describía como el arma ante la que los hombres sucumbían como el cereal ante la segadora del granjero.

La cosecha sangrienta incluía rostros conocidos, demasiado cercanos para olvidarlo. A ellos rinde tributo en la Ciénaga de los Muertos de «El señor de los anillos». Estaba escrito con la sangre de sus amigos, la ciénaga dibujada con los trazos del Somme, una de las batallas más cruentas de la I Guerra Mundial, que sólo en su primer día, el 1 de julio de 1916, causó 57.740 bajas británicas. En aquel frente Tolkien tenía bajo su cargo las señalizaciones de la unidad. Gran responsabilidad. De ahí el «agotamiento absoluto» de Octubre. El honor dio paso a la decepción. A la locura. La privación de sueño. De aquí para allá como un autómata, en medio de aquel desierto de lodo y compañeros muertos.

Tolkien fue testigo directo de la toma de la trinchera Regina. Las tropas de asalto avanzaban entre la maraña de alambres de púas y nidos de ametralladoras, lentamente ocupando el campo alemán, hasta alcanzar las líneas y el fortín enemigo. Él mismo informaba al cuartel general de la brigada que se empezaban a recibir los primeros prisioneros alemanes. Con aquella conquista, para el subteniente Tolkien, del 11º de los fusileros de Lancashire y la 25 división, la batalla del Somme había terminado.

Ese viernes, un día frío con chubascos, acudió al oficial médico tiritando, con una temperatura de 39.4 ºC. Tenía fiebre de las trincheras, un regalo de algún piojo, la Bartonella quintana, que le salvó la vida. Dejó el regimiento de los fusileros para ser transferido a un hospital para oficiales en Beauval. Días después partiría en una nave hacia Inglaterra. Curiosamente en un barco de nombre español (lengua, por cierto, que adoraba, quizás por la ascendencia de su mentor durante su orfandad, el padre Francis), el Asturias.

- «Escribe lo que soñábamos».

«En mi mente puedo visualizar claramente las trincheras, las casas sórdidas y las largas carreteras de Artois, y si pudiera iría a visitarlas de nuevo». Nostalgia indeleble debida a que Tolkien fue el único superviviente de aquel grupo de jóvenes idealistas, que eran sus grandes amigos de juventud y de universidad. Dos meses despúes de ser retirado del frente, el joven Tolkien, recibió una carta de Wiseman, que servía en la marina, en donde le daba la noticia de que su gran amigo Smith, tan especial para él, había muerto en el frente. Poco antes había escrito al propio Tolkien de su propia pluma: «Mi mayor consuelo es que si esta noche me voy por los imbornales -salgo en misión dentro de unos minutos- todavía quedarán miembros de la TCBS para anunciar lo que yo soñaba y lo que todos concordábamos. Que Dios te bendiga, querido John Ronald, y que digas las cosas que yo intentaba decir cuando yo no esté para decirlas, si esa es mi suerte. Siempre tuyo. G. B. Smith.»

Suena a película épica. Sin embargo, fue su realidad. A Tolkien aquello le marcaría en silencio para toda su vida. Y claro que escribiría lo que ellos soñaban. Desde entonces vivió entre rutinas. Se levantaba a las 7 (no le gustaba madrugar) y con su conjunto de pantalón de franela y chaqueta de tweed, iba a misa (la religión y el amor, sus prioridades) a la iglesia más cercana. Luego el desayuno y el periódico. Un día a la semana, consagrado a los amigos, «The Inklings», entre pintas y pipas humeantes, para debatir sobre algún tema. En su pub favorito, el «Eagle & Child» de Oxford.

Como profesor, en un retiro clásico, construyó su vida soñada. Los lodos y las tristes muertes de la Gran Guerra le dejaron bien claro el lugar del hombre en el mundo y definieron el que iba a ocupar él. De ahí nacen los orcos. Y Saruman. Allí vencen Gandalf y los héroes que poblarían la maravillosa e inmortal Tierra Media. Así, con pocas variaciones, hasta su muerte, a los 81 años, trabajaría en miles de páginas maravillosas el escritor, en el afán de no vivir a cualquier precio cada instante. Porque según expresó John Ronald Reuel Tolkien, hablando del momento más importante de su vida, «en 1918, todos mis amigos habían muerto».

- John Garth, referencia mundial.

John Garth es la gran referencia mundial si queremos conocer el papel y el significado que tuvo la horrible I Guerra Mundial en la vida y la obra de Tolkien. Editado por Minotauro, su libro «Tolkien en la Gran Guerra. El origen de la Tierra Media» conmueve. Por múltiples razones. En primer lugar por su sensibilidad para ponerse en la piel del autor, algo tan especial, como el propio Tolkien ya advirtió, por el acoso de la fama y la petición de entrevistas por reporteros de todo el mundo.

Garth lo borda. Asistido por su notable intuición y erudición, nos acerca a un Tolkien en sus múltiples facetas, de oficial, escritor, estudioso y ser humano. El detallado conocimiento de su vida, llevado por su pasión, le ha hecho investigar hasta el ultimo documento en relación a la vida de Tolkien durante esos años. Pero no solo eso. Lo ha integrado en un contexto, el de la Gran Guerra, y da profusos detalles de su día a día en el entorno bélico, cotejándolo con su evolución personal, a la apertura hacia el mito y el lenguaje, sustrato y base de su posterior obra. Todo esto enmarcado en una hábil construcción emocional del personaje. Conocedor de Oxford (Garth estudió allí) nos acerca a un Tolkien alumno en su juventud y sobre todo amigo y camarada de su inseparable Tea Club Barrow Society.

Pasión y conocimiento, dos rasgos que llaman la atención de este amable periodista británico que ahora, con el centenario de la Gran Guerra, anda muy ocupado escribiendo ponencias y artículos en todos los periódicos del mundo. Hoy mismo en Twitter se podía leer que, en China, hablaba acerca del dragón Smaug en el Hobbit. Y hace apenas unos días, en las propias aulas del centenario y coqueto Merton College, en donde tuve la oportunidad de departir con él aprovechando las Jornadas que el propio College, en su 750 aniversario, titulada «Tolkien en Oxford». Fue allí donde además del entusiasmo y el conocimiento sobre la obra tolkieniana, pude conocer en persona la amabilidad y simpatía de este joven autor. Uno de los grandes sobre Tolkien.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Gabriela Wiener: "Mis libros me vuelven más loca"

(Luis Alemany - El Mundo)

'Llamada perdida'

Gabriela Wiener escribe el contrapunto sombrío, autobiográfico y tierno de los años salvajes de su legendaria 'Sexografías'

Gabriela Wiener llegó a Barcelona desde Perú hace 10, 11 años. Estudió o hizo como que estudiaba, trabajó, se divirtió aparentemente más que la media, escribió 'Sexografías' (Melusina) en 2008, hizo periodismo bueno y periodismo rutinario, tuvo una hija, publicó 'Nueve lunas' en 2009 (Mondadori), se trasladó a Madrid con su familia y le cayeron 10 años encima como nos han caído a todos. Y entonces, presentó su primer libro de poemas ('Ejercicios para el endurecimiento del espíritu', editado por La Bella Varsovia), al que seguirá, ya el año que viene, 'Llamada perdida' (Malpaso), un conjunto de apuntes autobiográficos que parecen el contrapunto sombrío de los reportajes salvajes de 'Sexografías'.

"Normalmente mis libros me vuelven más loca. Están muy lejos de ser libros terapéuticos. Al acabar de montarlos de pronto me veo y me asusto de lo enferma que estoy. Que se lean, por si fuera poco, me genera un montón de fantasmas. Me temo siempre lo peor. Este libro en particular es un libro sobre mis delirios y patologías, sobre miedos y complejos, sobre todo tipo de pérdidas. Puedo contar un secreto estúpido como mi obsesión por el número 11, o narrar el día en que hablé con mi hija de la reencarnación mientras le mataba los piojos o hacer una larga lista de todo lo que no me gusta de mi cuerpo y una muy corta de todo lo que me gusta de mí, por ejemplo que desnuda me veo como una nativa amazónica a punto de ser capturada y que eso da morbo, morbo colonial. Las cosas que se me ocurren son de este tipo, nada tienen que ver con sentirse mejor". Entre un libro y otro, Gabriela Winer contesta a las preguntas de ELMUNDO.es en un correo electrónico.

- Se me ocurría pensar que el centro de 'Llamada perdida' es el relato de la época en la que vivías en un trío con tu marido y otra mujer, pero da rabia pensarlo así, parece que lo que ocurre es que tenemos en la cabeza 'Sexografías' y que esa escena se amolda a una idea ya hecha de Gabriela Wiener.

- No creo que haya un relato más importante que otro, para mí todos tienen su razón de ser en el conjunto de primeros planos y experiencias de los que está hecho el libro. No diría que 'Tres' es la historia más importante del libro. Lo que sí es probable es que el lector tenga sus preferencias o tienda a darle un peso específico a algunos por sobre los otros y eso, me temo, revela más al otro que a mí misma. Tú admites que esta sensación deviene de tu lectura de 'Sexografías' pero no te odies por pensarlo. Si te contara todos los que vienen a hablar de la crónica de los intercambios de pareja que hice ya hace tantos años... Pero igual me divierte tener un 'hit'. Hay un punto, eso sí, en que me aburre que la gente crea que yo soy sólo eso, pero mucha más pereza me da justificarme. No hubiera incluido esta historia en 'Llamada...' si renegara de una parte de mí o si creyera que eso pertenece a una etapa pasada, sería Britney Spears y lamentablemente no lo soy. Aunque una crece y se comienza a morir un poco, sigue teniendo coño, amores múltiples y ganas de seguir viviendo y experimentando. Lo raro es encontrar historias o vidas que nieguen esa dimensión. La única salvedad quizá sea que 'Tres' no es una historia sexy en lo absoluto, es la historia fallida de tres amantes, triste, tristísima, y una confesión que ensaya algunas ideas sobre la construcción y las ruinas del deseo. Por eso está en este libro y no en el otro. Actualmente, también en lo personal, sí que comparto la vida con dos personas más, un hombre y una mujer, nos amamos los tres, los unos a los otros de distintas y extrañas maneras, pero eso aún no se está escribiendo, sólo se está viviendo. A veces soy más literal que literaria.

- ¿Te gustan 'Sexografías' y 'Nueve lunas' ahora?

- 'Sexografías' es un libro que me sigue gustando, es vitalista y arrojado, es algo 'punki' pero también es tímido y tierno, aunque no lo note mucha gente; están ahí algunas de mis curiosidades más profundas extremándose, intentando saciarse, a través de la fascinación por y la investigación de los otros. 'Nueve Lunas' es muy divertido y a la vez feroz y crudo y sentimental en el buen sentido, pero no es una refutación del libro anterior, es su secuela o su consecuencia; aunque ahí la mirada se ha tornado mucho más hacia adentro, es intrauterina, lo que ocurre es que acabo totalmente orientada hacia afuera: procrear y dar a la luz es convertirse en un sujeto mucho más consciente, crítico y radical. ¿Qué pienso de la peruana folladora ésa, de esa 'perdida'? Que la quiero. El título de este libro habla de algo que se perdió, de algo que se quedó suspendido a medio camino, de una comunicación truncada, olvidada, de algo que se va inexorablemente. Las historias de este libro son sobre una individua a la que empiezan a atacarla ciertas pérdidas, ciertas incertidumbres, vacíos, miedos, manías y por eso hay cierto mirarse de otra manera, un preguntarse si hay alguien al otro lado de la línea... Pero me he dado cuenta un poco tarde de que el título es también un juego de palabras que me sirve para devolver la imagen de ese personaje del que hablas pero distorsionada. "No importa que me llamen perdida", dice el bolero de los Panchos.

- En el libro nombras a Knausgard, citas una frase en la que yo también me fijé, eso de "se nos hace heroico acordarnos de que hay que hacer tres comidas al día". Y sí que creo que tu libro tiene que ver con Knausgard, pero claro, la gracia es que no leeremos novelas más 'viriles' que las suyas en décadas...

- Me encantó Knausgard y pude reconocerme perfectamente en su experiencia de ser humano-escritor-cabrón-casado y padre desbordado por lo cotidiano y doméstico. No obstante la suya sea la vida de un tío, contada por un tío, a la manera de un tío concreto, noruego, etcétera. La aparente y más que probable honestidad de su proyecto autobiográfico y el modo crudo en que aborda la intimidad pone los pelos de punta igualmente. Por esa misma razón siempre leo a Philip Roth o a Michael Holluebecq o a Alan Pauls. Hay algo físico y verdadero en esas escrituras e ideas brillantes sobre ser hombre o ser hijo de puta. No hay 'literatura femenina' sino literatura que reflexiona sobre la condición femenina. Y literatura que reflexiona sobre la condición masculina. Independientemente de quien lo escriba y quien lo lea. La voz de las novelas de Knausgard es la de un sujeto inseguro de su propia condición de hombre, es el registro de su propia lucha entre pañales con caca y páginas en blanco. ¿Cómo no identificarse? Ahora bien, cuando una mujer escribe sobre esas cosas entonces los comentarios son 'ufff, ahí está otra vez la tía pesada hablando de su embarazo, de su coño, de su marido, de sus hijitos'. Para que una escritora sea tomada en serio tiene que escribir sobre temas 'importantes' como la crisis, la 'gentrificación' o los bebés robados. Ningún crítico se cocinará los sesos intentando desentrañar las sutiles conexiones entre vida y literatura y la ficcionalización de la madre que la parió. Será solo 'otro libro femenino'. Siento que los relatos de 'Llamada perdida' no son más que una sucesión de atisbos. De autorretratos. Pienso en mi libro como en la superficie convexa de un espejo que, como en el poema de John Ashbery, 'no puede avanzar más allá de tu mirada (...) en esa mirada se combinan ternura, humor, reproche, con tal fuerza contenida, que cuesta mirar por mucho tiempo'. La mirada si es estrecha e implacable mucho mejor para dar cuenta de una identidad. Ésta, como en todos mis libros, es la voz de una tal Gabriela Wiener, tan normal e idéntica como distinta a las otras, y por supuesto que en ese sentido es la voz de una mujer, pero de una en particular, de 38 años, bisexual, periodista, una peruana que vive en España que no sabe si quedarse o volver, que tiene una hija de ocho años que la interpela, que padece tensión alta, que intenta escribir, que no se gusta, que tiene miedo a morirse, que últimamente ha descubierto lo feliz que le hace perder el tiempo.

- Está el tema de Perú. Si te digo que tiendo a pensar que 'Llamada perdida' va, basicamente, de una familia que no sabe si volver a Lima o quedarse en Madrid, que es incapaz de decidirlo...

- Te contestaré que también trata de eso, pero no solo de eso. La duda del migrante siempre será esa y no tiene solución. Esa reflexión está en muchas partes del libro, y se trata con más detenimiento en la sección 'Del lado de aquí y del lado de allá'. En una parte digo que por momentos quisiera que algo, alguien lo decidiera por mí, algo horrible que me obligara a volver, o a huir. Han pasado 10 años. Han pasado cosas horribles y no me he movido demasiado. Ya me lo habían dicho algunos amigos: "De pronto, cuando te des cuenta, habrán pasado 20 años y no habrás vuelto". Las de 'Llamada...' son crónicas intimistas, despojadas, que ensayan algunas ideas sobre el estar y el irse, sobre el placer y la incomodidad de existir en una especie de limbo emocional y geográfico. Mi familia y yo vivimos un poco entre Lima y Madrid pero también entre Madrid y Barcelona (que dejamos hace tres años y después de haber vivido allí durante ocho), entre el pasado y el ahora y el más tarde, últimamente entre el centro y la periferia, en medio de varias identidades, propias y ajenas. Creo que no hemos tirado la toalla todavía, no pensamos abandonar este territorio a corto plazo, más bien seguimos buscando excusas para quedarnos, aunque España nos lo ponga difícil. Creo que incluso esa dificultad está haciendo más interesante nuestra estancia. Nos ha empujado a hacer cambios, drásticos, a repensarnos, a vivir de otra manera. En mi mesa de noche está el libro 'Vida de Zarigueñas', de Dolly Freed.

- ¿Qué tal te llevas con España, llegados a este punto?

- España es casi un país para mí, y eso hace que tenga las mismas relaciones de amor-odio que tengo con el lugar en el que nací. Eso me sorprendió, porque uno se va de un país en parte para ya no tener esa carga. Para no amar nunca más de esa forma que te hace echar raíces, para no odiar nunca más así. Pero de repente hay un día que no es igual a todos los días, en que ya no sientes que todo te es igual, que amas, que te indignan sus injusticias, que te avergüenzan sus políticos o su cine, que quieres mandar todo a la mierda o hacer que algo cambie. Ese día sabes que te jodiste, que va a ser más difícil largarte de lo que imaginabas. Aún ahora, cuando más me preguntan si volveré, porque España se hunde y Perú sale en la portada del 'S Moda' como destino de intelectuales y 'bon vivants', más ganas tengo de quedarme. Precisamente 'Llamada...' termina con un cómic, "Todos vuelven", que es un 'working progress' sobre la historia del retorno al Perú de mi mejor amiga Micaela y de nuestras mutuas cuitas sobre volver o no.

- En el libro de Jeremías Gamboa, en 'Contarlo todo', se te reconocía en un personaje que era una veinteañera muy segura de sí misma y desafiante. En cambio, en 'Llamada perdida' apareces como una mujer que es un manojo de nervios.

- Puede que como lo de Jeremías es la ficción -ya sabemos que las novelas son historias sobre gente que existe pero un poco distintas para que los implicados no puedan demandar al escritor- me haya cambiado un pelín. Así que en su libro yo soy más guapa, mi vestido es más bonito, soy más valiente, mi boda es entrañable, etcétera. Los mecanismos que me hacen escribir a mí son un poco distintos. Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción en fealdad. Por ejemplo, es muy loco porque yo misma he contado muchas veces mi boda de verdad, y en ella me veo muy diferente. Ese día recuerdo haberme dejado llevar por lo que me dijeran los demás, no quería darle un sello propio a mi boda, no quería tener que asumir cierto estilo, cierto riesgo, cierta manera de hacer, preferí que me la hicieran, renuncié a mi independencia y a mis gustos, me parecía demasiada pretensión pensar en una estética, en una canción, en un color de vestido. Le hice caso a mi madre y fui a su peluquera, me puse ruleros, bailé el 'Danubio azul', me vestí de blanco y eso que era un matrimonio civil, ¡me puse uñas postizas! Nunca me había sentido tan ridícula. Fue la boda de un ser apocado. Esa es la verdad. Hasta ahora no puedo mirar esas fotos. Las he roto casi todas. Solo Lena guarda una foto de su padre y su madre casándose en su cajón y la muestra a quien quiera verla porque sabe que odio esa foto. Esa también soy yo, alguien que mientras se casaba pensaba: soy una pusilánime, me veo horrible. Algunos creen que uno escribe de sí mismo para darse el lote, como cuando escribí 'Sexografías', otros creerán que he escrito este libro para dar pena, para que me digan "¡pobrecita!" y me den palmaditas. Yo creo que escribo de mí para no desbarrancarme y para no creérmelo, para mantener cierta lucidez, para destrozar mis pretensiones, para liberarme de las voces de mi cabeza, para que otros sientan mi dolor, mi vergüenza, como propias, o se rían conmigo de mis miserias y tonterías.

- En 'Llamada perdida' aparecen Corín Tellado e Isabel Allende, que son o han sido escritoras, mujeres exitosas y desdeñadas.

- Mira, escribí sobre estas dos señoras porque me intrigaba su éxito y el desprecio visceral que les profesaba el canon literario. En ambos textos hay una reflexión sobre el oficio, sobre la vocación, ese fuego, y sobre cómo opera el sistema literario para decir qué es literatura y qué no, cuál debe gozar de prestigio y cuál no, sobre todo si quien escribe es una mujer. Quería oír sus testimonios acerca de cómo vivir y escribir profesionalmente, siendo mujer, madre o pareja. Hablo de ellas pero en realidad también en estos textos hablo de mí. Tengo una relación contradictoria con la literatura. Creo que me siento un poco sola a veces. Los periodistas no me toman en serio porque escribo periodismo "literario" y los escritores tampoco porque lo mío es demasiado "periodístico". En mis momentos más autodestructivos pienso en ello, el resto del tiempo me la suda. Con todo eso, cada día me debato entre no escribir nunca más y hacer el mejor libro que pueda. Aún no lo tengo nada claro.

- El libro de poemas y 'Llamada perdida', ¿están hechos para leerlos juntos?

- Ambos libros se cruzan en muchos puntos. Uno siempre está escribiendo el mismo libro, ¿no?, eso decía Bolaño. Suelo meter poemas en mis crónicas. A veces escribo poemas como si hiciera mis investigaciones de reportera, como si intentara desentrañar algo, o buscara una revelación o una verdad. En otros momentos el poemario parece una colección de pequeños relatos de seres extraños, oscuras escenas familiares y paisajes domésticos demolidos por la sequía. En los poemas de 'Ejercicios para el endurecimiento del espíritu' hablo de la escritura como de un lugar de resistencia pero también como un lugar para la renuncia. Escribo sobre esa guerra declarada entre la vida y la literatura; sobre el poder que tiene la literatura para decir, para cambiar las cosas y a la vez para hacer que todo se quede en silencio, en suma para destruir, para destruirnos. Lo creo, realmente lo creo. Es el mismo germen que motiva 'Llamada perdida'. Por eso son libros que conversan, que juntan sus narices, que se tocan y se huelen. En ambos casos, la escritura es un ejercicio para la supervivencia, un aprendizaje a veces tierno y entrañable, a veces salvaje y violento de las emociones. Un adiestramiento del corazón para sobrevivir a ciertas penas, a ciertos horrores.

Marta Ramoneda: "El editor publica los textos que más le gustan; el librero vende los libros que prefiere"

(Raquel Blanco - Jot Down)

Dice Roberto Bolaño en una de sus novelas: «Todos tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna». Hace ya dieciocho años que Marta Ramoneda, Antonio Ramírez y Maribel Guirao pusieron en marcha La Central: una primera librería en la calle Mallorca que se les quedó pequeña casi enseguida. Hoy siguen al frente Marta y Antonio: tienen otra librería en Barcelona, en el Raval, y otra en el corazón de Madrid, en Callao; además de las librerías del Museo Reina Sofía y de la Fundación MAPFRE, también en Madrid, y las del Museo de Urbanismo y del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Han conseguido el más difícil todavía: seguir siendo la misma librería, solo que mucho más grande, no perder la esencia del proyecto original por el camino, ser reconocibles y reconocidos, convertirse en un referente inapelable. Por otro lado, quién mejor que una librera para explicar qué está pasando en el sector del libro, hacia dónde vamos, si acaso podemos ver luz al final del túnel.

- ¿Qué querías ser de pequeña, Marta?                                      

- La verdad es que aún hoy no lo sé. No tenía una vocación clara ni una inclinación definida hacia lo que hago hoy. No tenía ningún referente, ningún librero o editor entre mis parientes, aunque los libros y la lectura formaban pare del ambiente familiar. Estudié Historia del Arte y Filosofía y un año de Filología. Probé a dar clases, durante un curso, y no pude, vi que no servía, me desbordaba. Me tocaron alumnos de BUP y COU, de Filosofía y Ética. Me di cuenta de que se tiene que ser una persona muy cabal para conseguirlo y yo no me vi capaz.

Surgió la oportunidad de trabajar en librerías, y aquí sí, me dije: «este es mi sitio»;  la verdad es que me lo paso muy bien.

- Empezaste en Laie.

- Sí, los tres primeros años trabajé ahí. Fue donde me formé como librera. Porque yo lo que sabía era nada, los libros que leía en casa. Antonio [se refiere a Antonio Ramírez, la otra cabeza visible de La Central] también estuvo trabajando en Laie un tiempo. Al cabo, lo dejó, y lo seguí. Fue cuando montamos La Central.

Sin quererlo, me ha salido redondo porque a mí personalmente me gusta muchísimo. No deja de ser lo que queremos. Tal vez parezca que siendo más pequeños es más fácil que tenga tu sello. Pero yo espero que, incluso habiendo crecido, en lo que hacemos se note estilo propio, un gusto determinado, una manera propia de presentar el contenido; son aspectos de nuestro trabajo sobre los que hemos reflexionado mucho; no paramos de darle vueltas.

Desde el principio, teníamos bastante claros nuestros objetivos. Siempre han girado en torno a humanidades: narrativa, poesía, arte, filosofía, ciencias sociales. Y en idiomas variados: castellano, catalán, inglés, francés… Esto también. Y siempre con el criterio de calidad en la selección de los libros y siempre apoyándonos en lo que nos gusta. Pero con matices: hay libros que no nos gustan pero que entendemos que tenemos que tenerlos, pues gracias a ellos podemos tener otras joyitas.

- ¿Cuántas horas pasas en la librería? ¿A qué hora llegas, cuándo te vas?

- Suelo llegar sobre las once. Y me voy sobre las nueve. Si no estoy en una estoy en la otra. Me gusta mucho, me lo paso muy bien. No me importa estar horas y horas. Tengo también los gabinetes de lectura, etc. Es una actividad muy intensa.

- ¿Una librería se define por los libros que no tiene?

- Sí, totalmente. Es también la manera de definir una selección. Procuramos que los que deben estar, estén siempre, y que los que estén sea porque tienen su justificación clara, que siempre sea por algo. Preferimos equivocarnos que no aceptarlo todo por si «tal vez quién sabe».

- ¿Cómo es la relación con las editoriales, cómo se toman este tipo de decisiones?

- De entrada, algunos que se acercan por primera vez, te preguntan: «¿Por qué no tienes mis libros?». Y tal vez la respuesta en realidad sea muy sencilla: un editor publica los textos que más le gustan y un librero vende también los libros que prefiere o, en todo caso, los que cree que preferirán sus lectores. Yo no me atrevería a decirle a un editor lo que tiene que editar y lo que no, así que, por lo general, me incomoda que me digan a mí cuáles son los libros que deben entrar en mi librería. Pero la verdad es que sí, hay veces que algunos editores se molestan… Y no deja de ser un orgullo; les gustaría estar. Ocurre que si no nos esforzamos por seleccionar con la mayor exigencia, pues La Central no tendría su carácter tan definido.  Parece de perogrullo, pero conviene recordar que cada librería tiene su propio criterio de selección, es algo que alienta la variedad, siempre tan importante.

- Me han contado que estás muy encima del fondo, muy pendiente.

- Mi principal preocupación son los libros que configuran lo que llamamos el fondo, que nunca fallen. Son los que siempre nos acompañan y la razón de ser de la librería. Además, es lo que la gente más busca, lo que desde el punto de vista económico mejor funciona. Si te fijas, no damos tanta preferencia en la exposición a la novedad, al margen de las mesas principales en las que suele haber novedades, la mayoría de mesas y repisas las destinamos a los libros de toda la vida. Una cosa que nos identifica mucho, y que es muy interesante de preparar, son  mesas temáticas (por ejemplo, ahora estamos con la conmemoración de la caída del Muro de Berlín, y tenemos la librería volcada). Libros de todas las épocas. Creo que esa es la gracia, tener libros no solo de ahora, libros que te llevan a otros libros, y así conforman tu bagaje…

- Abre La Central en 1996. Tampoco son tantos años, ¿no?

- No quiero ni contarlos [se ríe]. Lo cierto es que en poco tiempo hemos crecido muchísimo. Eso sí. Debemos agradecer a la gente que nos ha apoyado; no son pocos los que lo han hecho desde siempre, desde el primer minuto. Tuvimos a editores, gente de la prensa, los lectores. Siempre ahí. Esto ha sido fundamental, e impecable. Cuando abrimos en Madrid igual; fuimos muy bien acogidos.

- ¿Es La Central lo que queríais que fuera?

- Ha sido el día a día el que ha hecho que lleguemos a esto. Trabajar día a día. No es que tuviéramos un plan definido. Empezamos y, poco a poco, fuimos ampliando, sobre la marcha, según íbamos viendo. La primera fue la librería de la calle Mallorca, empezamos ampliando ese local, luego abrimos Raval y ahora, ya ves, en Callao nos encontramos.

Recuerdo que nos decían: «Duraréis un año». Bueno, hemos durado un poquito más…

- ¿Cuántas personas trabajan?

- Casi cien. Algunas trabajan a tiempo parcial, otras por temporadas. Con seguridad, es de lo que más contenta estoy, de la gente que trabaja con nosotros. Si algo nos hace sentirnos orgullosos es haber reunido un equipo tan talentoso y entusiasta. La Central es su equipo. Evidentemente, ha ido cambiando a lo largo de los años y con algunos nos hemos entendido mejor que con otros; pero es natural…

- ¿Haces tú misma las entrevistas de trabajo? ¿Antonio?

- Ambos. Unas veces él, otras veces yo.

- ¿Qué buscáis?

- Tal vez lo más importante es una curiosidad y una visión amplia; no saber muchísimo de algo específico, por ejemplo, del tema particular de la tesis, y fuera de ahí, nada. Se trata de tener una cultura amplia que te permita defenderte con soltura en distintos ámbitos, sea buscando la obra de un poeta o aconsejando sobre teoría política, que sepas situar a los principales autores, los acontecimientos, las distintas corrientes literarias, etc.; que te permita incluso decir algo con sentido sobre libros que no has leído.

- Suena a que sois exigentes.

- Sí, la verdad que sí. Tal vez no seamos muy buenos pedagogos, demasiado impacientes a veces, queriendo que esté todo bien enseguida. Es fundamental reconocer cuál es verdadero lugar del librero; además ha de ser discreto, tiene que saber dejar a la gente su espacio para que pueda estar en la librería sin sentirse atosigada. Si alguien te necesita, entonces sí, debes estar a punto para echar una mano, si no, no.

Nuestro mayor empeño es ampliar nuestro papel como mediadores, como profesionales que acercamos los libros a los lectores. Para nosotros una herramienta fundamental es nuestro diario. Todos los libreros de La Central colaboramos con una o varias reseñas. Y es que, sobre todo, con el diario nos lo pasamos bomba. Ya hemos llegado al número diez. El mérito es de todo el equipo, escribimos todos, corregimos y maquetamos internamente.

- ¿Qué tiene que hacer un librero para estar al día?

- Leer mucho. Esto es fundamental. Y ser capaz de dejar el libro en cuanto se da cuenta de que no vale. Porque hay mucho por leer. Cuando he llegado a la página diez y ya me doy cuenta de que no merece la pena seguir, lo dejo y continúo con otro. Tal vez me haya podido perder cosas interesantes, no digo que no… pero después de los años creo que ya sé cuándo algo merece la pena y cuándo no.

A veces, cuando los nuevos editores te explican sus proyectos, muy pronto te das cuenta de los que tienen un criterio, un hilo conductor, y comprendes que tendrán continuidad. Otras veces, enseguida te das cuenta de que el asunto no tiene calado, de que de nuevo se trata de ese ponerse sin más a editar, de esa expresión tan recurrente, «es que me gusta mucho leer», sin tener claro a dónde se dirige, por qué se hace, qué tipo de literatura se busca, a qué lectores se quiere llegar.

- Parecería que todo el mundo quiere ser editor.

- Sí. Ser editor es como más glamuroso. El librero es el comerciante y se le mira de otra manera, aunque cada vez somos más respetados y mejor considerados

- ¿Te envían textos para que los leas antes de publicarlos?

- Sí, sí. Y luego se me enfadan si no los leo. Me traen para leer textos… y no siempre puedo, por una cuestión de tiempo, sobre todo. Se molestan cuando les digo que no sé si voy a poder leerlos. Pero, oiga, usted es el editor, tiene que saber usted lo que se trae entre manos. Yo soy librera.

- ¿Qué va a pasar ahora con Acantilado?

- Ah, personalmente echo mucho de menos a Jaume [Jaume Vallcorba]. Pero igual… seguro que la vida de la editorial no podrá continuar igual; lo que le pasaba por la cabeza a Jaume solo le pasaba a él. Aunque estoy segura de que el nuevo equipo lo hará estupendamente, siempre será diferente. Ni mejor ni peor, sino  diferente. Jaume había logrado lo más difícil: muchos lectores confiaban plenamente en su criterio, tan suyo, tan particular.

He visto muchas veces cómo una determinada editorial publicaba a cierto autor desconocido, de gran calidad, y cómo, lamentablemente, pasaba totalmente desapercibido. Si más adelante ese mismo autor era publicado por Acantilado, entonces ya sí, los lectores le prestaban atención. Esto es lo más difícil para un editor: lograr la credibilidad. Es un prejuicio, lo sé, y quizá no siempre sea justo. Pero es algo que se construye con una trayectoria. Es el caso de Acantilado, lo que propone te lo crees, te fías. Algunos editores poseen esta especie de poder de magos, una extraña capacidad para hacernos creer en sus «piruetas»: lo tienen Anagrama, Galaxia Gutenberg, Asteroide, Periférica, y tantos otros. Cada nueva generación de lectores reconoce a sus propios «editores-magos»; por ejemplo, salvando las distancias, con Blackie Books también empieza a pasar algo parecido. Cuando los lectores se dejan llevar por unas simpatías, no hay siempre razones claras, causas objetivas, pero tampoco se trata de un apego arbitrario o fruto de un día. Más bien es resultado de una trayectoria, una sucesión de aciertos, de tanteos mutuos, de complicidad honesta, de descubrir afinidades compartidas. En realidad, hay muchas veces en que no llegas bien a comprender por qué ocurre en ciertos casos sí y en otros no.

- ¿Te enfadas cuando ves un libro mal editado?

- Sí, sí. Libros a los que les faltan capítulos, con faltas de ortografía, con referencias equivocadas. Ya no una errata, no: una idea, un proyecto echado a perder. Es una gran pena, tantos editores que descuidan el aspecto físico de sus libros; el papel, el formato, el grafismo, la portada…

- Tengo un compañero que dice que para vender libros no hace falta editar bien, ¿qué te parece?

- No digo que no, pero pienso que a la larga esta osadía se cae por su propio peso. Puede ser que, de entrada, puedas vender aceptablemente bien un libro determinado; ahora bien, con el transcurso del tiempo, así nunca conquistarás la confianza de los lectores. No acabarán de creer en el proyecto, se correrá la voz. Lo que decíamos antes: la confianza de los lectores se obtiene también con la forma, con los libros bien publicados, con los aspectos gráficos y tipográficos bien logrados, estables y reconocibles para los lectores. Es así como a la larga puedes vender los nuevos títulos. En cualquier caso, yo prefiero vender los libros bien editados.

Hay editoriales como Minúscula, o las del grupo Contexto, y otras de las que ya hemos hablado, que cuidan mucho el libro en todos sus aspectos. Y están ahí. Se aprecia el esmero y convencen. Es una cuestión también de respeto al lector. No es un capricho. Un libro bien editado siempre te atraerá más que uno que no esté bien hecho.

- En el último informe sobre el mercado editorial que publica el gremio de editores aparece el dato de que en el 2012 iniciaron su actividad editorial un total de trescientas sesenta y ocho empresas.

- Madre mía…

- El mismo informe dice que solo el 55% de los españoles compró algún libro en el mismo periodo, y aquí van incluidos los libros de texto. Es contradictorio, ¿no?

- Veamos. Para representar el fenómeno podríamos recurrir a la forma piramidal pero boca abajo: en la base hay un grupo de gente que lee muchísimo, y de manera muy intensa. Es un grupo exigente, muy preparado y capaz, que sabe lo que quiere, tiene sus rutas literarias, una cosa le lleva a la otra. Es un grupo, como digo, muy reducido. Y es muy importante para nosotros. Es el que nos nutre, porque es el que busca fondo, y el que está también al tanto de lo que ocurre en el mundo editorial, con un criterio propio y sólido que le permite distinguir entre lo que merece la pena y lo que no.

Luego hay un grupo más disperso de gente que lee, sí, pero no con regularidad ni de forma intensiva. Ahí tendríamos, para entendernos, a personas que leen ficción contemporánea de aquí o traducida; por decirlo así, es un grupo todoterreno. Es un sector también importante, pero más esporádico e imprevisible. No leen tanto como los de la base de la pirámide, sus lecturas son más espaciadas y más variadas. Y, finalmente, hay un público muy disperso que comprará acaso una obra al año, incluso más para regalarla que para leerla. El más llamativo y del que más se aprende es ese núcleo pequeñito, pero muy matón; los que están abajo, en la parte más estrecha.

- ¿Y no leen en digital?

- O sí, pero combinan. Recurren a lo digital para según qué géneros, por ejemplo para trabajos académicos; o en según qué contextos, por ejemplo, para leer en el transporte público; o según con qué fines, por ejemplo, para obras de consulta, artículos… Pero ellos mismos reconocen que para sus aficiones y sus gustos más arraigados, para sus mejores momentos de lectura siguen prefiriendo el papel.

El papel ya no es solo el objeto. Es el ir a la librería, todo lo que eso supone, pasarse por aquí un buen rato, entre los libros, curioseando. A veces sé la hora que es por la gente que hay en la librería. Es todo un ritual. Al menos en esta. Van por distintas secciones: historia, filosofía, etc. Esa es la gracia.

- ¿Por qué se publican tantos libros en este país, entonces? No parece que haya tantos lectores, a la vista de estos números.

- Me parece que es una exageración lo que está ocurriendo. Es como dar por supuesto que todo el mundo que quiera merece publicar. Y esto que voy a decir quizá suene feo, pero es también como si se diera por hecho que todo el mundo puede escribir. Evidentemente puedes hacerlo y también publicarlo. Ahora bien, una cosa es hacerlo, y otra es proponerte hacerlo bien. Y que lo que estés ofreciendo interese y tenga un valor. Tanto valor como para que tenga sentido el fijarlo y convertirlo en un libro.

Se editan muchísimos libros. Además, ocurre que estamos dando por sentado que una editorial pequeña es buena. Y eso no siempre es así. Tan buena puede ser una editorial grande como una pequeña. Aunque el mérito de los pequeños es incontestable y siempre nos resultan más cercanos, lo importante es que lo que se publique sea interesante y esté bien editado. El tamaño no es decisivo.

- Las editoriales independientes.

- Independiente es quien tiene los recursos necesarios. Si esto te permite mantener los criterios propios y poder decidir a tu gusto, ¡pues bienvenido sea! Pero no siempre lo que se hace desde esa independencia está justificado.

- Jorge Herralde decía en la entrevista que le hizo Ramón Lobo para esta casa que es por las nuevas tecnologías, que hacen que sea muy barato editar. Gustavo Bueno se remonta a los orígenes de la imprenta.

Claro. Ahora es muy fácil editar un libro, publicarlo. Es más económico y muy accesible. Para imprimir en digital no necesitas tampoco hacer una gran inversión. Y sí, el resultado es que hay una cierta saturación. Pero al final acaba quedando lo que de verdad merece la pena, lo que pasa una criba. Físicamente en una librería no cabe todo lo que sale. No podemos tenerlo todo. Podríamos decir que la edición digital, con las opciones que ofrece a los escritores espontáneos o diletantes, parece una gran oportunidad para el libro en papel: permite que la edición «a la ligera», por los bajos costes, se derive hacia el formato digital y el papel se reserve para los textos bien trabajados, digeridos y procesados con la paciencia que siempre necesita un buen libro.

- Ahora es un momento difícil, de todas formas. El mercado del libro, todo el mundo lo dice, pasa por un momento muy malo, en lo que a ventas se refiere. ¿Qué se puede hacer para salir adelante? ¿Qué tiene que hacer un editor para que su editorial sea viable económicamente?

- Ante todo hay que tener en cuenta que el del libro es un mundo en el que tampoco nunca se ha movido muchísimo dinero. Es un mercado discreto. No son las librerías comercios que generen grandes beneficios. No hay libreros millonarios. A los editores les suele venir de familia. [Risas]

Creo que por un lado ha habido un cierto interés en decir que se acaban las librerías, que se va a imponer lo digital, sobre todo por parte de ciertos medios. Pero ahora resulta que no, que no acaban de desaparecer del todo. ¿Que es una resistencia muy frágil? Sí. Lo es. Si hay un día bueno luego hay otro regular… No te puedes confiar.

Ser viable económicamente es algo relativamente sencillo. Ahora pueden trabajar apenas con dos personas, la editora o el editor y su pareja, o amigo o algún familiar. Si no pretendes vender miles de ejemplares y haces tiradas muy ajustadas, creo que perder no pierdes. Se trata de ajustar gastos. Ahora bien, el misterio de por qué un libro se vende bien y otros no se venden nada o casi nada es siempre irresoluble.

- ¿Hay que ilustrar los libros para que se vendan?

- Temo que pueda haber una burbuja con todo este auge de los libros ilustrados. Ahora ya todo se ilustra. Pero tampoco todo está logrado. Además, puede resultar caro. Tengo la sensación de que todo se hace ilustrado, desde clásicos, libros menos clásicos… Algunos me parecen una exageración. Tal vez ahora comienza a haber ya demasiados, como si lo raro fuera no ilustrar cada libro con dibujos.

- Tal vez se trata de fidelizar a un determinado público, si la venta del libro de bolsillo ha caído por el auge de lo digital. Intentar hacer libros que no sean trasladables, que se tengan que «consumir» en papel.

- No estoy de acuerdo con la afirmación de que la venta del libro de bolsillo haya caído de forma generalizada. Tal vez sí ha caído lo que los americanos llaman el mass-market: las novelas populares, románticas, de misterio, de leer y tirar. Pero el libro de bolsillo bien editado y con clásicos de toda la vida… este no falla. Para nosotros sus ventas permanecen muy estables. Debolsillo, Alianza, Compactos de Anagrama, por ejemplo. No fallan.

- Decía Beatriz Moura que el problema del sector es que la gente está dejando de leer. Chus Visor también decía esto mismo. ¿Estás de acuerdo?

- Esto no lo podría decir. Las encuestas, en la medida en que sean fiables, muestran que España es de los pocos países europeos donde los índices de lectura han mejorado en las últimas dos décadas. Creo que se lee de manera diferente, las generaciones intermedias leen más; también muchos jóvenes.  Y no creo que vaya a cambiar. Veo que en la librería entra tanto gente mayor como joven, chavales.

- Pero es una realidad que se venden menos libros. ¿A qué se debe?

- En primer lugar llevamos ya unos cuantos años de crisis económica, creo que son siete, una caída muy fuerte en el consumo, en el gasto de las familias. El sector del libro, como el resto de sectores, se ha visto afectado. En segundo lugar, no todo el sector se ha visto afectado de la misma manera: han caído las compras institucionales, los supermercados han retirado libros de su oferta; me parece que es en las grandes superficies donde las ventas han caído más, o  mucho más que en las librerías. Tal vez se trate de que la gente hoy tiene más y más cosas por las que interesarse, que la competencia por su atención es cada vez más dura. Pero seguimos siendo muchos los que pensamos que pocas entre esas mil cosas superan la variedad de satisfacciones que se logran con un buen libro, sean ilustrados o no. [Risas] Y una vez que lo has probado, es difícil cambiar de opinión.

- El tono con que me hablas es optimista, no hay derrotismo.

- No, claro. Es que el mundo está muy mal, y nosotros, en ese sentido, somos afortunados: tenemos todo esto —la librería— y nos podemos rodear de gente con la que se aprende un montón, hacemos cosas muy dignas… ¿Qué más quiero? Visto el panorama, los mangantes que nos rodean, la nuestra es una zona privilegiada. Me lo dicen algunos clientes: «Vengo aquí porque es un sitio donde se puede estar en calma».

- ¿Cuál es el papel del librero en la sociedad?

- Ah, yo como librera me siento muy importante. Nosotros estamos con todos: el autor, el editor, el distribuidor, el lector. Estamos en contacto con todas las patas en las que se sustenta este sector. Y esto no tiene desperdicio, comprenderás. Todo acaba pasando por la librería. Eso es fantástico.

Aparte, creo que una población sin una red variada de librerías es muy triste. En Madrid, Barcelona, hay tantas, tan diferentes, grandes, pequeñas. Eso es fabuloso.

- Han cerrado muchas. Hace nada cerró una librería emblemática de Barcelona: Catalonia.

- Y han abierto otras. En el barrio de Gracia han abierto muchas librerías, y por Madrid hay algunas recientemente abiertas que ya dan mucho que hablar… eso es bueno.

- ¿Van prosperando?

- Se mantienen. Pero es que hoy en día eso ya es algo, el poder vivir de tu trabajo, no depender de nadie.

- ¿No se necesita a la vez poner una cafetería dentro?

- Hay algunas que solo son librerías. Algunas ya están bastante asentadas. Creo que prosperarán, sí, que pueden mantenerse en el tiempo. Ahora bien, si todo el mundo de pronto abre una librería… Ese es el peligro. La moda. En Nueva York y Berlín se ha dado mucho, un tipo de librería más tradicional, librería de barrio regentada por una sola persona. Se está imponiendo aquí, y creo que sitio para algunas que corresponden a este modelo sí que hay.

Ocurre que el tema inmobiliario ha hecho estragos. Competir con tiendas de ropa por un alquiler no es viable para determinados comercios, como lo son las librerías. Son precios inasequibles, por algunos locales se  piden cantidades desorbitadas que tan solo pueden asumir las franquicias de moda. Y esto ha hecho mucho daño a la vida de nuestras ciudades.

- El margen que se lleva una librería por la venta de un libro no es nada despreciable, está en torno al 30/35%. Hay grandes compañías que incluso se llevan más, se puede llegar hasta el 45%.

- Sí, la media será el 35%. Pero en otros sectores hay más margen. En ropa, por ejemplo, es espectacular.

- El librero, dentro de lo que es toda la cadena, se lleva un porcentaje nada desdeñable.

- No es que se lo «lleve el librero»: debe asumir los costes de funcionamiento de su negocio, el alquiler, el personal, etc. Raramente, ni en los mejores momentos, los beneficios de una librería superan el 2 o 3% de su facturación.

- En vuestro caso habéis hecho una fuerte inversión en el espacio, en las librerías de Barcelona, tanto en la del Raval como en la de la calle Mallorca. Son sitios muy acogedores, están muy pensados los interiores, el mobiliario. En la de Callao, aquí en Madrid, igual. Para esta contasteis ya con capital de fuera, el grupo editorial italiano Feltrinelli. ¿Cómo es que entre alguien de fuera en un negocio tan personal como este?

- Con Feltrinelli mantenemos una amistad muy sólida y una simpatía mutua. Carlo Feltrinelli tiene mucho interés personal y profesional por España y los países de ámbito hispano. Así que el acuerdo entre ambos ha sido muy plácido: ellos pusieron una parte del capital con el que pudimos abrir Callao pero justo con el propósito de que nosotros continuáramos trabajando a nuestra manera. No intervienen en el día a día y sí nos respaldan. Seguimos siendo independientes en nuestra manera de hacer las cosas, siguiendo nuestro criterio. Y es lo que a ellos más les interesa.

Aquí en Madrid editores, lectores… todo el mundo nos ha acogido muy bien. Ha sido fantástico. Estamos muy a gusto. Llevamos poquito, en realidad, no llega a tres años.

- Y al lado de la FNAC.

- Sí, y creo que no es malo, al contrario. A los lectores les gusta ir un día a un sitio, otro a otro. Para muchos, visitar librerías es seguir un circuito que cuantas más paradas tenga mejor.

Me parece que todos tenemos ahora una sola competencia. No lo citaré, pero comienza por A., y se reconoce porque pretende quedarse con todo y sin pagar impuestos. Así que el resto vamos todos a una. Si a unos nos va bien a los otros también. Creo que esto es importante: que nos pueda ir bien a todos. Lo que nos dará estabilidad y seguridad es que haya un tejido cuanto más denso mejor. Bien es cierto que Madrid y Barcelona son ciudades grandes. Quizás en ciudades más pequeñas resulte más difícil. Pero aquí creo que hay para todos. Bastante frágil está todo ahora como para que entre nosotros no nos llevemos bien.

Los libros los vendes uno a uno. Digo frágil en este sentido. No es poner una pila de libros y que desaparezca sola. Eso pasa con Marías y con pocos más… El resto hay que trabajarlo: «Pongo este al lado de este otro que me gustó…». Pensar al detalle.

- Los editores de Nevsky nos decían que es más complicado vender los libros escritos por mujeres, en general.

- A mí me cuesta pensar en esos términos. No por nada… es que no lo veo.

- Fabio de la Flor, editor de Delirio, decía aquí que los hombres se ofrecen para escribir y las mujeres para trabajar. ¿Por qué a las mujeres les cuesta tanto y a los hombres tan poco ponerse a escribir?

- Tal vez porque las mujeres tenemos más cosas que hacer.

Mira, por ejemplo, en los gabinetes de lectura que hacemos siempre son mayoría mujeres. Suelen ser personas que están haciendo siempre un montón de cosas. A los hombres les veo más pendientes de su trabajo, y poco más. Las mujeres, sin embargo, están constantemente moviéndose, su trabajo, su familia, sus actividades. No paran. Supongo que es porque siempre han tenido que esforzarse especialmente para llegar a más. Tal vez lo hacemos, escribimos, pero nos cuesta más mostrarlo. En este sentido, entiendo que no es tanto si se hace o no, sino cómo se esparce.

Y volviendo a si venden más que los hombres, creo que las mujeres compran de todo, sin distinción de sexo. Y los hombres no: compran más a hombres que a mujeres… Pero no lo sé, no me he parado a pensar en esto mucho.

Editoras hay un montón. Y agentes.

- ¿Tal vez sea que las mujeres han ido asumiendo roles masculinos sin ser capaces a la vez de desprenderse de las obligaciones que tradicionalmente tenían asignadas?

- Exacto. No tenemos reparos a la hora de cargarnos de trabajo.

- ¿Qué opinas de la guerra Hachette vs. Amazon?

- Les deseo la mejor de las suertes… Pero, vaya, me parece que la posición de Amazon roza el chantaje. «Si no haces esto no expongo tus libros». Ahora Amazon tiene tanto poder que se siente seguro de poder imponer las reglas de juego, para todos, y es algo que no puede traer consecuencias positivas para el conjunto, para los lectores. Una empresa global que pretende suplantar a toda la cadena: desplazar a otros vendedores de libros, suplantar a los editores, prescindir de los agentes. Eliminar a todos los intermediarios. Es un propósito sobre todo destructivo; una cosa, en mi opinión, es que montes tu negocio para que te vaya bien; otra, distinta, es que lo montes pensando en cómo deshacerte de los demás. No pueden estas prácticas ser buenas ni para el que las hace ni para los demás. Y creo que esto no será bueno para nadie. Además, todos deberíamos trabajar en igualdad de condiciones, es decir, pagar impuestos como se nos exige a todos.

- No usas como Marta Ramoneda las redes sociales.

- No. Es La Central.

- ¿Qué te parece que se tomen decisiones editoriales (publicar a alguien) teniendo en cuenta sobre todo los seguidores que se tienen en Facebook o Twitter? ¿Se tiende a confundir al lector con el seguidor?

- Sí, eso crea confusión, claro. Una cosa es que te lean un comentario, una frase graciosa. De ahí a que luego vaya esa misma gente a la librería hay un trecho. Que seas muy simpático o gracioso no quiere decir que tu libro vaya a funcionar. Son registros distintos y creo que es un error equipararlos.

Por otro lado, cuando veo a alguien con una presencia insistente, muy participativo, me pregunto cuándo se forma, cuándo lee, cuándo pule lo que escribe. Esto creo que está empezando a hacer algo de mella. Es una ficción esta, la que se crea en torno a los seguidores.

También es cierto que por parte de los libreros, por nuestra parte, ha habido un poco de dejadez. A veces no estás preocupado por las cosas nuevas. Es un sector que se ha quedado apalancado. Incluso, en cierta época, algo casposo… Y creo que tanto el hecho de que haya editoriales nuevas como librerías, modelos diferentes, ha hecho que se espabile un poco todo el mundo.

Luego está el tema de la inmediatez, que creo que no es buena. Hay que reflexionar sobre lo que se está haciendo. No se puede demostrar todo de una vez y luego pasar a otra cosa y así, sin detenerse a pensar en nada.

- Háblame sobre La Maleta de Portbou. Tiene una reputación envidiable, todo el mundo habla maravillas de esta publicación. Tú intervienes.

- La dirige Josep Ramoneda, mi hermano. Lo edita Galaxia Gutenberg. Es una idea que tenía él desde siempre. Una vez que dejó el CCCB, que le acaparaba todo su tiempo, se sintió casi liberado, más contento que nunca y muy dispuesto. Y consiguió socios que le financiaran. Nosotros ahí estamos como asesores, más que nada, y para criticarle un poquillo, claro. Es un proyecto muy suyo, muy personal. El contenido es de reflexión humanística, incluyendo el ámbito artístico, científico y económico. También teníamos muy claro que el diseño debía estar muy cuidado, que fuera agradable y atractivo.

Hemos llegado al número ocho y acabamos de cumplir el primer aniversario. Y podemos estar contentos.

- ¿Cómo se promociona una publicación como La Maleta?

- Esto sí es importante. Yo le dije que no dejara de ir a ningún sitio, por pequeña que fuera una librería, que no se centrara solo en las grandes ciudades. Cervantes en Oviedo, por ejemplo, la presentó. Se lo pasaron genial, acudió mucha gente. También en Auzolan, Pamplona. Y esto es lo que hace que un proyecto de este tipo se vaya asentando.

- Es decir, sirven las presentaciones de libros. Hemos hablado de esto en alguna ocasión,  aquí, con Jekyll&Jill, por ejemplo.

- Las presentaciones de libros son algo diferente… Ya no te sabría decir. Las presentaciones son sobre todo un acto social; si el presentado tiene familia, es decir, si acompañan al autor, la madre, la familia, los amigos… entonces parece que el asunto funciona. Por lo demás, nadie te garantiza nada. Muchas presentaciones son una oportunidad para mostrar el agradecimiento del autor a sus amigos y para sus amigos, el cariño, la solidaridad, hacia el autor, así siempre funciona. Excepto en los casos donde el  autor es muy conocido o su presencia en la ciudad muy poco frecuente.

Hace poco hemos tenido aquí en Callao actos con muchísimo público y no solo por eso nos han dejado muy buen sabor de boca: uno con Edgar Keret y otro con Yasmina Kadra. Sobre todo fue el interés que despertaban ellos, su posición en el momento actual, han sido los dos actos muy emocionantes, por la actitud del público y por el contenido mismo.

En el caso de las actividades de La Maleta, la verdad es que no se trata de presentaciones al uso, como eventos sociales. Josep reúne a intelectuales que tienen cosas que explicar y las intervenciones y la discusión suelen ser por sí mismas muy interesantes. Eso a la gente le gusta. Por eso han funcionado bien. No es presentar un libro y ya está. Es algo diferente. Es enriquecedor.

- ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre, aparte de leer?

- Me gusta mucho andar. Por donde sea, la ciudad, el campo. Salir a andar. Correr no. También me gusta mucho la música. La música antigua y la época de la Velvet. Viajar. Pero viajar a sitios que conozca un poquito por referencias librescas, a sitios sobre los que he leído… Y comer. Cocinar no, porque soy muy impaciente.

- Haznos alguna recomendación de librera.

- Ahora ha salido un libro que me ha gustado muchísimo, Días felices en el infierno de György Faludy. Lo han coeditado Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel. Es un libro precioso. Han aprovechado un cartel soviético y lo han compuesto a su manera… Les ha quedado genial. Son las memorias de un poeta húngaro que estuvo deportado en un campo de concentración, tras una vida apasionante entre París, Marruecos y EE. UU., pero una vida terrible, al fin y al cabo. En cambio, lo vas leyendo, y es como un libro de aventuras, con una gran ironía y humanismo. Es trepidante; a la vez que te está contando peripecias, descubrimos a una persona cultísima. Puede recordar un poco al Limonov de Carrère, pero el personaje no es tan turbio. Lo recomiendo encarecidamente. Y no tiene dibujos [Se ríe].

Otro libro que está muy bien, que da para mucho es Andar, de Frédéric Gros. Es filosofía, pero de trato asequible. Otro que me ha gustado es la edición que Trotta acaba de publicar con una selección de ensayos sobre literatura de Hannah Arendt, Más allá de la filosofía.

Personalmente, lo que más ilusión me hace es que al parecer los clásicos no decaen: Dante, las sagas artúricas, los trágicos griegos… Raro es el día que no se vende Los ensayos de Montaigne.

- Dejo que acabes como tú quieras.

- Creo que hoy es importante que los libreros valoremos nuestro trabajo, que pongamos de relieve su importancia. A veces hay quien te dice «¿Y para ser librero tienes que ser licenciado?». Pues sí. No es tanto el título como el haber estudiado. Durante mucho tiempo el oficio de librero no ha estado valorado. Y debemos empezar, en mi opinión, por valorarlo nosotros mismos antes. Para nosotros es el objetivo diario de La Central, está detrás de iniciativas como el diario o los gabinetes, los cursos, los talleres, y otras muchas actividades que organizamos aquí, y que también se hacen en otras librerías; me parece que así podremos conseguirlo.

Valorar las librerías es valorar a los lectores. Eso es lo que yo intento aquí. Es lo fundamental.